Gustavo Bolívar es uno de esos personajes que ha ascendido vertiginosamente más allá de las posibilidades de sus méritos naturales. Ha trepado a saltos la escalera del poder por su identidad al núcleo duro del petrismo y una lealtad de acero con el presidente.

Tras ser un exitoso libretista de producciones comerciales, ha sido senador, candidato a alcalde y actualmente director de una poderosa oficina anexa a la Casa de Nariño. A veces parece que el mismo Bolívar no entiende de qué se trata la posición que le asignan; renunció al Senado a los cinco meses de haberse posesionado, para ser candidato a la alcaldía de Bogotá, donde fracasó de manera sonora y luminosa, para bien de Bogotá.

Bolívar estaba sentado al lado de su entonces compañero de bancada, Gustavo Petro, en la sesión en la Paloma Valencia divulgó uh video que mostraba al actual presidente contando, sonriente, fajos de dinero y metiéndolos en unas bolsas de papel. El caso no pasó a mayores porque prescribió y porque la defensa de Petro tuvo éxito en la tesis de que se trataba de “un recurso” que le prestó alguien “importante” y que fue en efectivo “porque él hace eso”. Pero con su cara atónita, Bolívar estuvo incondicionalmente con su amigo.

Su lealtad ya había sido recompensada incluyéndolo en la lista de la decencia al Senado de 2018, el primer intento de anular la diversidad de la izquierda en una organización controlada por Petro. Luego quedó como cabeza de la lista de Senado del Pacto Histórico de 2022 y fue elegido para, como dije, renunciar compungido porque debía “... dejar la política y a quienes han creído en mí... debo reorganizar mis finanzas... seguiré apoyando a Petro mientras estudio más, escribo un par de libros, un par de series y regreso...”.

Ocho meses después, sin haber regresado a la literatura, para bien de la literatura, ni hecho “un par de series”, ni que, se sepa, haber estudiado, regresó a la política. Tras la barrida que le dieron en la campaña por la alcaldía de Bogotá, lo premiaron con la dirección del Departamento de la Prosperidad Social, un monstruo burocrático que en este gobierno ha tenido cuatro directores en dos años y medio. Solo para recordar: su primer director, en el gobierno de Juan Manuel Santos, fue Bruce MacMaster, que duró dos años; la primera del gobierno de Iván Duque, Susana Correa, duró tres años y medio.

Desde su nuevo cargo, Bolívar ha opinado de todo, especialmente del trabajo de otros: la política exterior, el contrato de los pasaportes, el metro de Bogotá, Transmilenio. La semana pasada dijo que había concluido que los subsidios, o transferencias, o incentivos, no sacan a la gente de la pobreza. “Ya estudiamos”, dijo.

Pero la gran perla que nos regaló fue la teoría de que discutir en secreto la asignación de cargos públicos a las fuerzas políticas a cambio de que apoyen proyectos de ley, es una actividad “privada” que no tiene por qué explicar. Lo que ha dicho la Corte Suprema de Justicia es que siendo legal buscar la gobernanza distribuyendo el poder burocrático entre los partidos que apoyan a un gobierno, no lo es el quid pro quo de cargos por votos. Sí hay qué explicar.

Pobre contribución a la lucha contra la corrupción, pues todos los grandes casos de corrupción política y económica suceden off the record. El que lo haya hecho abiertamente habrá qué condenarlo por corrupto y por cínico, o bruto.

Seguro lo dijo sin haber estudiado, la política no le habrá dado tiempo para la ilustración.