Mi primer viaje a la isla Gorgona es uno de los recuerdos imborrables de mi infancia, tanto porque fue la primera vez que navegué por el océano Pacífico como porque fue la primera que escuché el canto de las ballenas y las vi retozar.

El impetuoso esplendor vegetal, que ya invadía los edificios abandonados de lo que fue por años uno de los penales más duros del país, forman igualmente parte del perdurable recuerdo de aquel viaje portentoso. Y es por esta razón, aunque luego no es la única, ni en definitiva la más importante, por lo que me duele la noticia de que, por decisión previamente adoptada por el entonces presidente Iván Duque, la maravillosa isla de nombre legendario se ha convertido en una base naval de acceso restringido al personal militar, tanto colombiano como norteamericano. Por razones con las que no puedo estar más en desacuerdo.

Porque justificar la existencia de dicha base con el argumento de que es indispensable en la “guerra contra el narcotráfico” por cuanto facilita la detección e intercepción de los barcos de contrabandistas de cocaína es dar por hecho que esa maldita guerra se va a perpetuar hasta la eternidad y más allá. Como bien saben mis lectores lleva años clamando en contra de una “guerra” que solo ha traído incontables desgracias a nuestro país y que solo se perpetúa por la irresponsable terquedad con la que los gobiernos de Washington mantienen la prohibición del consumo de cocaína.

¿Habrá que hacerles un dibujo para que entiendan que mientras esa prohibición se mantenga en pie habrá mafias que se enriquezcan con su producción y comercialización hasta el punto de poder sostener verdaderos ejércitos privados y de infiltrar a los poderes del Estado? Eso para no hablar de los ríos de sangre vertidos en los violentos enfrentamientos entre bandas dedicadas al lucrativo negocio.

También se ha mencionado el argumento de que dicha base naval permitirá la reafirmación de la soberanía nacional en aguas en las que los barcos pesqueros japoneses llevan décadas faenando impunemente. Es un argumento plausible, lo admito. Pero la intercepción de dichos barcos sólo podrá hacerse después de un cambio en el derecho internacional que extienda la soberanía nacional hasta las 200 millas náuticas de nuestro mar territorial y que por lo tanto podamos exigir a los barcos que pesquen en dichas aguas la obligación de obtener nuestro permiso y de pagar impuestos por hacerlo.