El debate sobre los monumentos continúa, animado aquí en Cali por Carlos A. Duque y el Grupo de estudios y prácticas decoloniales e interculturales del cual él forma parte. Debate ante todo académico que propone como alternativa al ataque y derribo de las estatuas de colonialistas y racistas su ‘resignificación’. O sea, la realización de intervenciones imaginativas e incluso humorísticas capaces de sacar a la luz pública el horror y las miserias de la historia que ocultan a la vez que perpetúan.
Y han puesto a circular unos cuantos ejemplos, protagonizados por artistas, entre los cuales quiero destacar la acción América realizada por María Evelia Marmolejo el 12 de octubre de 1989 en Madrid. A esta fecha -que en sí misma es un monumento inscrito en el calendario de manera inamovible- se le concede en España una importancia excepcional. Es la fiesta nacional por excelencia, la que cada año invita ritualmente a los españoles a sentirse orgullosos del ‘descubrimiento’ de ese ‘Nuevo Mundo’ que terminaría por llamarse ‘América’, dando lugar en Madrid a un imponente desfile militar presididos por los reyes, el cuerpo diplomático y el resto de las autoridades del país.
El epicentro del mismo es la plaza de Colón, dominada en un extremo por una suerte de acantilado de granito, diseñado por Joaquín Vaquero Turcios. Y en el otro, por el monumento a Cristóbal Colón, compuesto por una estatua suya puesta sobre una esbelta columna y un pedestal muy ornamentado. Inaugurado en 1885, fue obra de Arturo Mélida y Jerónimo Suñol.
La acción de Marmolejo la motivó el hecho cierto o la leyenda de que los conquistadores le cambiaron a los indios el oro por espejitos. Este intercambio le parecía una estafa y se propuso revertirlo, devolviendo los espejitos. Se vistió entonces con un tosco sayal y caminó descalza hasta el pedestal, apoyó en su base un espejo que rompió con furia, recogió uno de sus fragmentos, se cortó con él los dedos de una mano y con ellos se puso a escribir sobre la piedra la palabra ‘América’. No pudo terminar de hacerlo, porque apareció la policía y la llevó presa, a pesar de que Sara Rosenberg y yo intentamos disuadirlos con el argumento de que se trataba de una ‘performance’. Afortunadamente la liberaron poco después.
Esta experiencia me enseñó sin embargo los límites de las resignificaciones que, por efímeras, a duras penas hacen mella en la vocación de eternidad de los monumentos.