Aunque pueda parecer simplista, el panorama político de los dos últimos siglos se ha visto moldeado por tres corrientes, cada una con sus variantes.
Está el fascismo, arraigado en un cuento de superioridad nacional o racial, abraza la confrontación violenta como su modus operandi. Su objetivo es imponerse sobre aquellos que considera inferiores, sea por sometimiento o aniquilación. Cuando no se ve posible, crean muros y barreras para poder vivir los privilegios de la superioridad en aislamiento. Los modernos fascistas adoptan disfraces democráticos, pero su esencia sigue siendo la sumisión ciega al gran líder. Los ‘otros’ son todos de extrema izquierda.
Está el marxismo, que plantea una lucha perpetua entre clases, con los oprimidos destinados a dominar a los opresores mediante la violencia. Aunque su mantra es la equidad, sus resultados suelen consolidar élites poderosas y privilegiadas, rodeadas de una masa empobrecida. Son expertos en camuflarse bajo la apariencia de demócratas pacíficos, hasta que toman el poder y adoptan su verdadera faz. Por fuera de ellos, todo es extrema derecha.
Está el liberalismo que abraza una visión optimista de la humanidad, creyendo en la cooperación sobre el conflicto. Reconoce valores e intereses compartidos entre las personas, abogando por el diálogo como herramienta para resolver injusticias. A diferencia de las doctrinas anteriores, el Liberalismo no se aferra a dogmas ni cultos mesiánicos, ajusta estrategias y cambia líderes. No disemina historias imaginarias que lleven a generar odio hacia los semejantes. Su búsqueda de la libertad, acepta críticas y cambios pacíficos, premiando la iniciativa individual y el aporte a la sociedad como generadores de bienestar. Invariablemente, ha resultado en expansión de la democracia, de los derechos individuales y en bienestar creciente para las comunidades que lo saben entender y aplicar.
Sin embargo, entre estas corrientes también se encuentra el confusionismo, que, lejos de las enseñanzas de Confucio, nubla el pensamiento racional con retórica vacía, dificultando la comprensión de la realidad y la toma de decisiones positivas a largo plazo para la comunidad. Es en buena parte el responsable de triunfos electorales que se transforman gradual o rápidamente en autocracias. Heil Petro y su capacidad destructora de instituciones.