En mes y medio, el presidente norteamericano ha emitido más de 100 órdenes ejecutivas que marcan un comienzo de su administración muy diferente a la de su primer mandato. Por tanto, es indispensable que estemos en un ejercicio constante de entender cómo funciona Trump y lo que significa su doctrina pragmática de gobierno.
“La Unión Europea se formó para fregar a los Estados Unidos. Es su propósito y han hecho un buen trabajo. Pero ahora, yo soy presidente”. Esta fue la frase lapidaria de Trump en su discurso, en donde expresa su doctrina en política exterior. Definitivamente quiere cambiar la manera como se ha estructurado el sistema internacional, pues siente que EE. UU. ha sostenido financieramente todas las agencias, y que con el poder económico y militar que tienen, no deberían estar obedeciendo las mismas reglas que los otros países. Un poco de la mentalidad de que quien pone la plata pone las condiciones.
En un reciente análisis, Fareed Zakaria muestra cinco puntos sobre los cuales Trump ha venido construyendo su visión de política exterior y lo que podríamos llamar la doctrina Trump 2.0: (1) Enfoque transaccional en las alianzas, evaluándolas en función de los beneficios directos para EE. UU., cuestionando compromisos históricos como la Otan, OMS, Unesco, etc. (2) Uso de aranceles y presión económica como herramienta de negociación, incluso a riesgo de generar conflictos comerciales como el que pareciera constituirse actualmente. (3) Trump ha planteado ideas inusuales de expansión territorial como comprar Groenlandia, anexar Canadá o revisar el control del Canal de Panamá. (4) Su admiración por figuras autoritarias como los presidentes de Rusia o Turquía genera preocupaciones sobre el compromiso de EE. UU. con la democracia y el orden liberal internacional. (5) Su gobierno desconfía de instituciones internacionales y organizaciones multilaterales, retirándose de acuerdos y criticando entidades como la ONU.
El principio de fortalecer una economía global de mercado y al mismo tiempo los principios democráticos alrededor del mundo, le permitió a Estados Unidos tener una posición de dominancia político-económica desde mediados del siglo pasado. Pasar de una doctrina de estabilidad, a lo que Trump plantea ahora, implica cambiar de una relación de aliados a una puramente transaccional. Esto podría traer mejores resultados para EE. UU. en el corto plazo; sin embargo, a largo plazo, significa alienar a quienes han sido sus socios durante décadas, como es el caso del Nafta y las repercusiones que vemos actualmente. Canadá y México exportan respectivamente el 19 % y 37 % de su PIB a Estados Unidos, mientras este solo exporta un 2 % de su PIB de manera combinada a los dos países; por tanto, el margen de maniobra que tendrán será poco, aun estableciendo reciprocidad arancelaria.
Cada semana hay decisiones con implicaciones para las exportaciones colombianas y para nuestro departamento, que hizo una fuerte apuesta en renglones agrícolas con grandes expectativas sobre el mercado norteamericano. No es el mismo Washington que todos conocíamos. Las cosas están cambiando rápidamente, y debemos estar vigilantes para entender, asimilar, y adaptar las estrategias, pues el gobierno pareciera tener poco interés en acompañar al sector privado en esta tarea y mucho menos en una estrategia para el nuevo Washington que debemos descifrar.