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Un legado que nadie puede borrar

Nadie podrá borrar el legado del hombre de Estado que devolvió viabilidad a la Nación.

9 de marzo de 2025 Por: Claudia Blum
Canciller Claudia Blum
Claudia Blum.

“Hace ocho décadas y siete años nuestros padres hicieron nacer en este continente una nación concebida en la libertad y consagrada al principio de que todas las personas son creadas iguales”. Muchos hemos leído este famoso discurso de Lincoln en Gettysburg, Pensilvania, después de la batalla más sangrienta de la guerra civil de EE. UU. Al presidente Álvaro Uribe le dio por recitarlo completo, en inglés, con cierto acento antioqueño, después de haber despegado del aeropuerto de Tumaco en el viejo Fokker F28 de la Fuerza Aérea, hoy jubilado del servicio presidencial. Varios senadores regresábamos con él de una visita oficial y habíamos quedado en silencio por las embestidas del viento y los remezones adentro de la cabina por una tormenta eléctrica de la costa Pacífica. El pánico colectivo nos hizo fijar la mirada en Uribe, que ya había sobrevivido a ocho atentados en las elecciones presidenciales. Desde su asiento, y al vaivén de los tumbos del avión, nos ayudó a calmar a todos con su declamación tranquila y pausada del discurso de Gettysburg. Afortunadamente, después del episodio surrealista, aterrizamos a salvo en Catam.

Ese es Uribe. Un ser inspirado y combativo, justo en los momentos más difíciles. Lo conocí a comienzos de los 80, cuando él iniciaba su carrera política, y nos visitó en la finca familiar Los Lagos, y lo recuerdo cautivado por unos potros y ponis que mi papá había traído de Norteamérica. Años después, coincidimos en el Senado, donde fui testigo de sus debates sociales en la Plenaria y su batalla para la aprobación de la Ley 100, la misma que amplió la cobertura de salud del 24 % de los colombianos en 1993 a más del 98 % en 2024, y que el gobierno Petro ha tenido haciendo gárgaras.

Por su gestión en la Gobernación de Antioquia, empezó a aparecer en abanicos presidenciales hasta su lanzamiento en 2001. Decidí vincularme a su campaña a finales de ese año, al conocer sus planes para salvar la institucionalidad en medio del terrorismo creciente, abordar la crisis social de desplazamiento y pobreza, y reactivar la economía.

El Gobierno de Uribe ejecutó políticas transformadoras por la seguridad democrática, la cohesión social y la confianza inversionista. Redujo la violencia y Colombia salió de la lista de Estados fallidos. Fortaleció la Fuerza Pública y la seguridad en campos y ciudades, y pudo debilitar a los grupos ilegales, lo que abrió puertas a futuras negociaciones con las Farc. Impulsó la desmovilización y reintegración civil de más de 50.000 integrantes de autodefensas y guerrillas, con condenas de prisión por crímenes graves y garantías de reparación. La siembra de coca, generadora de muerte y corrupción, se redujo de 145 mil a 61 mil hectáreas. La tasa anual de homicidios cayó de 70 a 34 por cada 100 mil habitantes, y los secuestros disminuyeron en un 92 %. Más de 240 alcaldes que trabajaban amenazados desde las capitales volvieron a gobernar en sus municipios. El crecimiento del PIB, que había sido del 1,5 % en 2001, alcanzó 7 % en algunos años. La pobreza monetaria pasó del 50 % al 37 %. Uribe entregó una Nación que volvió a creer en un futuro de bienestar, convivencia y desarrollo.

Es triste que ese legado no sea visible para nuevas generaciones que hoy solo son testigos de procesos judiciales y campañas de difamación en su contra. Quienes conocemos a Uribe sabemos que explicará todos sus actos ante la justicia y confiamos en su inocencia. Nadie podrá negar que ha asumido esos procesos judiciales con el respeto a la institucionalidad y la entereza y fortaleza frente a la adversidad que lo caracterizan, y que nacen de su amor a Colombia y de su espíritu democrático, como se espera de un verdadero líder.

Quienes vivimos la transformación que el presidente Uribe trajo a nuestra Patria –como llama con emoción él también a Colombia– estamos seguros de que, a pesar de sus contradictores políticos, la historia reconocerá su entrega al país y a la democracia. Nadie podrá borrar el legado del hombre de Estado que devolvió viabilidad a la Nación. Nadie podrá borrar al líder que ha trabajado siempre con realismo frente al presente y visión de futuro, con franqueza, convicción y en defensa del bien común, que es al final la misión vital del servicio público.

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