Cerca se escucha el rumor del mar, es primavera y en el barrio judío de Rockaway en Nueva York dos chicas se alistan para una noche de rumba en el Palladium, el legendario bailadero de Manhattan donde debutaron el mambo, el boogaloo y los primeros relámpagos de la salsa.

Ellas lanzan nubes de perfume al aire y luego pasan debajo las mismas, para no quedar impregnadas, para tener solo ese hálito sutil que las dejará con aroma de rosas. De pronto, en la radio se escucha la voz de Miguelito Valdés; canta ‘Babalú’ y esa invocación paraliza el instante. Es el reino de la radio, el medio que encantó a todo el continente antes de la TV y las redes sociales.

Esta escena del filme ‘Radio Days’, la escogió Woody Allen para hacerla eterna, como aquella donde dos ladrones ingresan en una casa desolada y de pronto repica el teléfono, uno de ellos contesta y son los afortunados ganadores de La Llamada Loca; el caco se emociona y avanza en diálogo con el locutor al otro lado de la línea, mientras su compinche lo llama al orden -la linterna cae al piso- son ladrones profesionales, no bromistas.

Anteayer el mundo celebró el día de la radio y recordé entonces cuánto ha cambiado este medio en 50 años. En la primera mitad del Siglo XX Cuba y México amplificaron sus bandas sonoras a toda la América Latina; el son y la ranchera lograron popularidad sin par, sin la cual no se conocerían hoy las primeras producciones del Trío Matamoros, los boleros de María Teresa Vera o los cantos de Antonio Aguilar, Miguel Aceves Mejía y el Cuco Sánchez.

Las generaciones de hoy no conocieron el radioteatro, ese lugar donde en ciudades como La Habana, las orquestas se presentaban en vivo, con público que aplaudía cómodamente en enormes salones. Hoy se conocen esas grabaciones en las que La Sonora Matancera, la banda que acaba de cumplir 100 años, es vitoreada al unir las voces de Celia Cruz, Leo Marini o Nelson Pinedo en la CMQ o en radio Suaritos.

Conocí a Fulvio González, el libretista de la radionovela ‘Kadir el árabe’ y de Chan Li Po, esta última original del cubano Félix B. Caignet, la historia del policía chino que mantuvo en vilo a los vallecaucanos por muchos años. Conversaba con él en el viejo Café de Los Turcos. Fulvio fue un sultán de la radio, con sintonía total, tanto como Pardo Llada, posteriormente, con su ‘Guantanamera’. Fulvio recreó para Todelar a ese personaje que desafiaba a los contrabandistas de opio en los muelles de La Habana, bajo una banda sonora mezcla de música china y ritmo tropical.

La historia de Kaliman con su fiel amigo Solín (México, 1963) tuvo tanto éxito que fue remasterizada y hoy se emite en la Radio Nacional. Pero la radionovela de mayor éxito en América Latina, fue ‘El Derecho de Nacer’ (1948) del cubano Félix Benjamín Caignet, la historia de Albertico Limonta, un niño desdichado que hizo llorar a las abuelas.

De las viejas voces de radio en Colombia, se recuerda hoy a Otto Greiffestein, Alberto Piedrahíta Pacheco y en el plano deportivo a Carlos Arturo Rueda C., Julio Arrastía Bricca, Gonzalo Amor. Rueda hizo de la radio un espacio para la escenografía; entraba a pueblos y ciudades de Colombia encabezando La Vuelta a Colombia, sumergido en una cabina de cristal de la que se disparaban al cielo varias antenas. Frente a él giraban ruedas de bicicleta, lo que permitía una puesta en escena perfecta para sus transmisiones. Tiempos del ‘Reporter Esso’ y las notas hípicas de Gonzalo Amor que hablaba de caballos legendarios como ‘Pintuco’ y ‘Balalaika’, Triguero, Tarzán, Arabesco, todos en tierra derecha.

Pioneros de la radio en el Pacífico fueron Lides Renato Batalla, quien despedía a sus escuchas con el saludo marino “buen viento y buena mar”, Antonio Ahumada Fernández, fundador de Radio Buenaventura; Óscar Peña García, creador del programa romántico ‘Boleros para ti’ y Hubert Ordóñez Santos, conductor del espacio de tangos ‘Cafetín de Buenos Aires’.