Felipe Ossa fue homenajeado esta semana en la Cámara Colombiana del Libro, en una noche llena de historias, anécdotas, memorias y reflexiones en torno a su vida y legado.

Obtuvo su primer y último empleo en 1963, como librero de la Librería Nacional, y este oficio lo convirtió -los siguientes 60 años- en profesión, la profesión en arte, y el arte en goce infinito.

Su vida de abundantes logros comenzó con tres grandes pérdidas. La primera, el cierre de la librería de su padre, en los hechos de violencia posteriores al 9 de abril, en Bogotá.

La familia, tras esta quiebra librera, se muda a Buga, donde el abuelo les entrega una casa enorme y cómoda llena de habitaciones, salas, estancias, donde el padre instala su flamante biblioteca de 15.000 tomos.

Este era el universo de Felipe Ossa, más importante para él que la escuela, pero la vida bohemia del padre, la vida de fiestas, los amigos, causó una nueva quiebra y la desaparición de aquella biblioteca entrañable.

Una tercera, no menos grave, es que a los 13 años se enamoró de una niña de 16, quien con sus encantos engañosos logró que Felipe le prestara todos los tomos de las revistas de Dick Tracy de los años 40 y 50. Esta vez la pérdida fue total, pues ella ni siquiera le dio un beso. Y jamás devolvió las revistas.

De esta historia de despedidas, parte una vida de abundancia. Generoso con los lectores, generoso con los editores, generoso con sus colegas libreros.

Dijo Mario Mendoza que este lector empedernido trabajó por los libros en un país donde la no-lectura y el analfabetismo funcional son el caldo de cultivo del eterno conflicto. Recordó el editor Gabriel Iriarte que Felipe Ossa apostó por varias generaciones de escritores colombianos, cuando ni siquiera estaba de moda leer colombianos post-Boom, ni era rentable publicarlos o tenerlos en vitrina.

Apostó también por los grandes libros de periodismo de los años 80 y 90, que con valentía denunciaron los más graves procesos de violencia en el país.

Y la librera y gestora cultural Consuelo Gaitán, hoy dueña de la librería Ficciones, dijo que en Felipe Ossa no encontró un rival sino un colega altruista, un consejero sabio y un portentoso lector que siempre la impulsó a equilibrar el sentido literario con el más responsable sentido comercial, para no quebrarse en el sueño quijotesco de abrir librerías en Colombia.

Ahora lo imagino en su propio paraíso: una gran librería con todos los libros publicados a lo largo de las eras, y ángelas libreras que vuelan y le alargan los tomos de las columnas más lejanas. A nosotros, en la Tierra, nos queda su mejor libro: el de su ejemplo.