La única credencial que tengo para escribir esta nota es la gran afición que siento por el fútbol, que me ha llevado a ser espectador de tantos partidos en la tribuna, que según Albert Camus era el sitio en el que el nobel argelino era verdaderamente feliz.

En mis tiempos del bachillerato, en 1948 inició en Colombia el torneo profesional de fútbol, y como en el Gimnasio Moderno tres de sus alumnos fueron fundadores del Club Independiente Santafé, la mayoría del estudiantado se convirtió en hincha de la escuadra roja, que en mi caso creció con la llegada a Bogotá del más entrañable amigo de mi adolescencia tulueña, Octavio Toro –que insiste, como yo, en seguir viviendo-, fanático del equipo cardenal, y con él acudía con frecuencia a ‘El Campín’.

Santafé salió campeón ese año, pero luego vino la apoteosis de Millonarios que importó a los más destacados jugadores gauchos: Adolfo Pedernera, Alfredo Di Stéfano, Nestor Raúl Rossi, y Julio Cozzi, que formaron el Ballet Azul, como se conocía aquí y afuera.

Tengo que confesar que cuando trasladé de Tuluá a Cali el domicilio familiar, resolví que podía tener dos amores simultáneos, una especie de poliamor, seguí amando al Santafé, pero caí en brazos del América –otro rojo-, que fue apretando el abrazo y con la fe del converso me volví fanático de La Mechita.

En Buenos Aires asistí con mi mujer a un encuentro River Plate – Boca Juniors, que por motivo de orden público se jugó en cancha neutral, la de Independiente de Avellaneda. En River jugaba de 9 un auténtico crack: Ricardo Gareca, y pensé que sería magnífico que el América se hiciera con el pase de ese jugador, y mis deseos se cumplieron, pues a los pocos meses llegó ‘el Flaco’ al conjunto caleño.

El doctor Gabriel Ochoa Uribe dijo en una rueda de prensa que él tenía en su equipo a Falcioni y 10 más, para hacer notar la confianza que depositaba en el arquero argentino, que fue muralla en los cinco campeonatos en línea que el América logró en su época dorada.

Hoy, Néstor Lorenzo, el excelente director técnico de nuestra selección, puede expresar algo similar: tengo a James y 10 más, porque Rodríguez es la estrella del equipo, al punto de que ha sido fundamental en las victorias logradas en esta eliminatoria, y que en 28 encuentros solo perdió con Argentina en la final de la Copa América.

James Rodríguez es uno de los mejores futbolistas del mundo. No tiene menos calidad que aquellos que son superastros del balón. Su zurda es tan poderosa, que da la sensación de tener en el guayo un medidor exacto para colocar la pelota en la testa del que marcará el gol. No hay un mejor centrador que él en el universo del fútbol, y sus asistencias de precisión milimétrica son increíbles.

Como es colombiano, aquí tiene malquerientes que lo acusan de una cosa y de la otra: que tiene mal genio; que riñe con los entrenadores; que se molesta si lo excluyen de una alineación. Pero cuando el hombre se pone el uniforme tricolor, cesan las críticas porque el conjunto criollo se mueve al ritmo que él le imprima.

Juega ahora en Rayo Vallecano, de Vallecas, barrio madrileño que le permite disfrutar de su mansión en la capital española.

Confío en que la nuestra llegue al mundial de 2026, que tendrá lugar en México, Estados Unidos y Canadá. Allá estará James con su zurda magistral, y de pronto sus compatriotas lo verán alzando el máximo trofeo. Todo es posible, y Rodríguez lo facilita: es el efecto James.