Columnistas
Smart
El problema no reside en la capacidad, sino en la organización, y la solución es tan simple como efectiva...
Cuando hablo con organizaciones sobre ideas de proyectos, suelo comenzar con una pregunta sencilla: ¿Cuál es tu meta? Las respuestas suelen repetirse: “queremos crecer”, “mejorar nuestras operaciones” o “aprovechar una oportunidad”. Aunque parecen alentadoras, presentan un problema fundamental: no son objetivos, son intenciones. Y, como toda intención carente de estructura, terminan pareciéndose más a una apuesta que a una estrategia sólida.
A menudo, el problema no reside en la capacidad, sino en la organización, y la solución es tan simple como efectiva: aplicar la regla Smart (específico, medible, alcanzable, relevante y con límite de tiempo). Aunque algunos la desestiman como un concepto teórico o una moda pasajera de los años 80, la experiencia demuestra lo contrario: bien aplicada, puede ser la diferencia entre una iniciativa exitosa y un cúmulo de buenas intenciones. Su simplicidad no solo la hace más práctica y eficiente que muchas metodologías actuales, sino también fácilmente adaptable a cualquier sector.
¿Parece complejo? En absoluto. Este principio es tan relevante como versátil y puede beneficiar a organizaciones públicas, privadas y sociales. En Colombia, por ejemplo, gran parte de las empresas y proyectos de inversión fracasan en sus primeras etapas, generalmente debido a una planificación deficiente. En el afán de avanzar rápidamente y mostrar resultados inmediatos, confundimos rapidez con efectividad, dejando de lado la claridad sobre lo que queremos alcanzar y cómo medirlo.
Hace poco trabajé con un grupo de emprendedores cuyo objetivo era “mejorar la visibilidad de los negocios locales”. Aunque la idea tenía potencial, carecía de dirección. Reformulamos su propósito: “Incrementar en un 20 % la afluencia a comercios locales en los próximos seis meses mediante campañas digitales dirigidas a residentes de 25 a 40 años”. Este cambio de una aspiración genérica a un plan específico transformó su idea en una estrategia concreta con resultados verificables.
Aquí es donde la ‘M’ de medible cobra especial importancia. Sin métricas claras, avanzamos sin rumbo. Invertir tiempo y recursos sin saber qué mejorar o cuánto progresar equivale a desperdiciar oportunidades. Este enfoque no discrimina por tamaño: es tan relevante para un cooperante internacional como para una ONG que busca maximizar su impacto o un emprendedor que abre su segundo restaurante. Más allá de la escala del proyecto, lo esencial es su estructura para asegurar avances y evaluar resultados.
Adoptar la regla Smart no es solo una herramienta de planificación; es un cambio de perspectiva que permite prevenir problemas en lugar de reaccionar a ellos. Esto beneficia tanto a empresarios como a gobiernos locales, especialmente en contextos de recursos públicos limitados. Las restricciones, más que financieras —considerando las opciones de financiamiento disponibles—, suelen encontrarse en la falta de proyectos bien estructurados. Bien hemos sugerido que los bancos de proyectos diseñados con precisión podrían convertir ideas ambiciosas en resultados tangibles para los territorios.
Planificar con claridad no garantiza el éxito, pero reduce significativamente las probabilidades de fracaso. En un entorno tan competitivo, esa diferencia puede ser decisiva. Antes de iniciar un proyecto, es imprescindible reflexionar sobre su diseño: ¿específico, medible, alcanzable, relevante y con un plazo definido? Si las respuestas no son claras, no se trata de eludir el desafío, sino de mejorar el enfoque. Los proyectos bien concebidos no solo avanzan; generan un impacto que perdura.