*Monseñor César A. Balbín T., obispo de Cartago
Perdonar es difícil, es importante y es necesario. Sí, en ese orden. Es algo serio, humanamente difícil, no imposible. No se debe hablar de ello a la ligera, sin darse cuenta de lo que se pide a la persona ofendida cuando se le dice que perdone. Es muy fácil decirle al otro, al que viene a nosotros, decirle que perdone.
Junto al mandato de perdonar hay que dar, al que viene a nosotros, un motivo para hacerlo. Aunque también es por mi propio bien, lo es también por el bien de quien es perdonado. Pero el motivo principal es porque Dios nos ha perdonado primero. Es lo que Jesús hace con la parábola del rey y de los dos siervos, que escuchamos en este domingo: por la parábola está claro por qué se debe perdonar: ¡Porque Dios, antes, nos ha perdonado y nos perdona! ¡La diferencia entre la deuda hacia el rey (diez mil talentos) y la del colega (cien denarios) se puede comparar, si se quiere, con diez mil millones y un millón, sin ser exacta la conversión monetaria!
San Pablo dice: «Como el Señor os ha perdonado, haced así también vosotros» (Col 3,13). Incluso condicionamos el perdón cuando rezamos el Padrenuestro: «perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» (Mc 6, 12).
El criterio ya no es: «Lo que otro te ha hecho a ti, házselo a él»; sino: «Lo que Dios te ha hecho a ti, házselo tú al otro»; principios que imperaban en el Antiguo Testamento. Jesús no se ha limitado, por lo demás, a mandarnos perdonar; lo ha hecho él primero. Mientras le clavaban en la cruz, rogó diciendo: «Padre, ¡perdónales, porque no saben lo que hacen!» (Lc 23,34). Es lo que distingue la fe cristiana de cualquier otra religión: el perdón, junto con la humildad.
Alguno podría decir: ¿Perdonar tantas veces puede dar vía a alentar la injusticia y la prepotencia? La respuesta es: No; el perdón cristiano no excluye que se pueda también, por ejemplo, en caso de delitos, denunciar a la persona y llevarla ante la justicia. El perdón cristiano no impide acudir ante los jueces. Pero no hay solo grandes perdones; existen también los de cada día: en la vida de pareja, entre hermanos, en el trabajo, entre parientes, entre amigos o conocidos.
Se encuentran casos en los que quien es ofendido ha encontrado, en su amor por el otro, por ejemplo, por la pareja, y en la ayuda que viene de la oración, la fuerza de perdonar al cónyuge que había errado, pero que estaba sinceramente arrepentido. El matrimonio, la amistad, la cercanía, la familiaridad, pueden renacer, y tener como una especie de nuevo comienzo.
Claro que debemos estar atentos para no caer en una trampa, a la que nos puede llevar el setenta veces siete. Creer que se puede seguir ofendiendo al otro siempre. Existe un riesgo también en el perdón. Consiste en formarse la mentalidad de quien cree tener siempre algo que perdonar a los demás, por ellos son los que pecan, los que ofenden. El peligro de creerse siempre acreedores de perdón, jamás deudores: o sea, todos me deben perdonar a mí, en cambio, perdono solo a conveniencia. Aún más importante que perdonar es pedir perdón.