Pregunta difícil. Muchos dirán que perdonar no es necesario, quizás pueda ser conveniente, pero jamás necesario. Si lo fuera, uno estaría obligado a perdonar, y el perdón, si no es libre, difícilmente sería auténtico perdón, a lo sumo un perdón aparente. Además: ¿Con qué derecho alguien me puede exigirme que perdone a quien me ha causado daño?
En el occidente cristiano, el perdón ha sido un concepto asociado con la religión: Dios perdona nuestros pecados y espera de nosotros que nos perdonemos unos a otros. Eso le ha otorgado al perdón una especie de subordinación hermenéutica hacia la religión. Pero el perdón tiene, también, una dimensión antropológica que no depende de credos religiosos.
La filósofa Hannah Arendt (1906-1975), publicó en 1958 La condición humana, una obra en la que se ocupa, entre otras cosas, del rol del perdón en la vida humana. Ella, que no era una persona religiosa, dice que Jesús de Nazareth fue “el descubridor del papel del perdón en la esfera de los asuntos humanos”, y que sus enseñanzas sobre el perdón van mucho más allá del ámbito religioso: el perdón pertenece a la esfera de lo político, y Jesús lo que hizo fue rescatarlo de la religión para devolverlo al escenario donde tienen lugar las relaciones entre las personas.
La oración de Jesús: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”, es interpretada por ella no desde una perspectiva religiosa, sino como clave antropológica de lectura de todas las acciones humanas: los seres humanos no sabemos ni podemos conocer o prever los efectos y derivados de nuestras acciones: todos, de alguna forma, ignoramos lo que hacemos.
Por eso nuestras acciones, querámoslo o no, desencadenan una serie de reacciones y actitudes impredecibles y diversas: aprobación y aplauso, indiferencia y apatía, venganza, resentimiento, desquite, castigo. Y todas ellas, a su vez, desencadenan más reacciones del mismo tipo que conducen a espirales de injusticias y violencias que podría no tener fin.
Arendt cree, sin embargo, que solo el perdón interrumpe y desactiva, de una manera radical e inesperada pero efectiva, esa inevitable reacción en cadena: “El acto de perdonar no puede predecirse; es la única reacción que actúa de manera inesperada, que no reactúa simplemente, sino que actúa de nuevo y de forma no condicionada por el acto que la provocó y, por lo tanto, libre de sus consecuencias, lo mismo para quien perdona que para aquel que es perdonado; perdonar es liberarse de la venganza.”
El castigo se parece mucho al perdón, y puede producir el mismo efecto: desactivar la espiral perversa de mal y violencia. De hecho, ha sido el medio más utilizado por la humanidad para desactivar la lógica de la lex talionis (ojo por ojo…) que en la psicología humana se mueve entre la justicia y la venganza. Perdonar libera de esa ambigüedad psicológica. Para ella el fundamento del perdón no es el amor, sino el respeto, “una especie de amistad sin intimidad ni proximidad, una consideración hacia la persona desde la distancia” que hace posible reconocer algo de dignidad en quien nos ha causado un mal. Por eso el perdón es necesario en la vida política de sociedades conflictivas. Nos hacemos daño, pero si todos tenemos la misma dignidad, todos podemos llegar a sentir que podríamos merecer, al menos, algo de respeto.
Ese respeto se dirige a la persona que ha cometido una falta, no a la falta misma. La dignidad posibilita esa distinción, que nada tiene que ver con el cinismo. El carácter político del perdón radica en que representa una manera novedosa, inesperada, de reconducir el curso de las relaciones entre personas para bien de ellas y de la Polis.