La esperanza contra toda desesperanza, esta es la actitud para la Pascua. Es el signo de contradicción más grande que podamos tener en estos tiempos turbulentos. Tiempos tristes, con las guerras, el terrorismo, el hambre… Pero los más grandes obstáculos para que la esperanza germine son la falta de diálogo y la posibilidad de consensuar posibles futuros colectivos. La posibilidad de la esperanza debe colocarnos a dialogar con propósitos de bien común, sin dejar a nadie por fuera, integrando a todos. Ello nos permitirá construir conjuntamente y podremos generar una ola de esperanza.

En el presente con la mirada en el futuro nos levantamos desde la esperanza, un signo que envía el mensaje de que la muerte no es la última palabra; que el odio y la violencia no se imponen sobre la paz y la concordia. A su turno, por otra parte, la tarea como sembradores de esperanza es una gran responsabilidad histórica para las personas de buena voluntad. Están llamadas a ser punto de contraste, pero también de construcción. Y ahí está el desafío: de las palabras a la acción. Acción que busque un mundo más justo y solidario.

La esperanza es un sentimiento poderoso que impulsa a las personas a seguir adelante a pesar de las dificultades. Es un faro de luz en los momentos oscuros, brindando optimismo y fuerza para enfrentar los desafíos. La esperanza nos motiva a creer en un futuro mejor y a mantener la fe en que las cosas mejorarán.

A través de la esperanza, encontramos la fortaleza para perseverar y la inspiración para seguir luchando por nuestros sueños y metas. Su impacto en nuestra vida es profundo, ya que nos permite mantener una actitud positiva incluso en tiempos de adversidad.

La esperanza es un recordatorio constante de que, a pesar de las circunstancias actuales, siempre hay espacio para la esperanza y la posibilidad de un mañana mejor. Así, como el Papa ha dicho: la esperanza es un gran regalo Divino y pilar fundamental de la vida de los creyentes.

La esperanza no sólo como un futuro mejor, sino la esperanza que surge de la solidaridad y el amor, este sentimiento trasciende barreras y nos conecta en un nivel humano profundo. Es una chispa que enciende la llama de la perseverancia y nos impulsa a luchar por nuestros sueños más allá de las circunstancias adversas. ¡La esperanza es el hilo conductor que une nuestros corazones en un tejido de posibilidades infinitas! Aristóteles decía que la esperanza es el sueño del hombre despierto.

La esperanza se enfrenta a la redición, no nos rendimos frente a los obstáculos. Bien lo anotaba Desmond Tutu: “Donde hay esperanza, hay vida, fuerza, alegría y energía para seguir adelante, incluso en los momentos más oscuros”.

Hay que comprender la esperanza como una fuerza para la acción. No solo para el consuelo, sino para transformar la realidad. Para hacer que las cosas sucedan. Así, pues la invitación de ser forjadores de esperanza implica meterse al barro, arremangarse la camisa y ponerse a trabajar. San Ignacio de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús, en una de las meditaciones claves de su itinerario espiritual, llama a vivir el amor más en las obras que en las palabras.

Así, pues, la esperanza como diálogo para la acción.