El 7 de octubre de 2023 marcó una fecha que reiteró al mundo la crueldad e inhumanidad del terrorismo, en este caso en cabeza de Hamás. “Ciudadanos de Israel, estamos en guerra”, dijo el primer ministro Netanyahu, en un mensaje desde Tel Aviv. “No es una operación, ni simples combates, sino una guerra. Esta mañana Hamás inició un ataque asesino sorpresa contra el Estado de Israel y sus ciudadanos”. Enseguida, el ministro de Defensa, Yoav Gallant, llamó a reservistas militares a servicio. Cinco horas después de los ataques, Israel declaró la guerra al grupo terrorista Hamás.

Al tiempo que sonaban sirenas antiaéreas en ese país, noticias apocalípticas de los ataques a Israel comenzaron a colmar los medios escritos, televisivos y digitales de todo el mundo: miles de cohetes lanzados por Hamás desde la franja de Gaza; jóvenes horrorizados corriendo sin rumbo por un campo vacío para alejarse de los disparos en un festival de música donde murieron 270 personas; masacres en hogares en kibutz donde ejecutaron a todo aquel que se atravesaba, incluidos cuarenta bebés decapitados, mientras las familias en pánico suplicaban ayuda.

A los ataques terroristas se suma la toma de rehenes por parte de Hamás, que hoy suman al menos 203 personas, incluidos 30 niños. Al menos 5000 israelíes y palestinos han muerto hasta el momento en la confrontación. Israel no había afrontado una violencia tan compleja desde la segunda Intifada, hace dos décadas. Todo parecía una película de ficción, pero ha sido una cruda realidad.

La Unión Europea, Estados Unidos, Japón, Australia y otros países democráticos reconocen a Hamás como un grupo terrorista, y no como un simple movimiento de resistencia. Y es que la carta fundacional de Hamás publicada en 1988 no refleja puntos medios, expresa un amenazante radicalismo religioso, plantea la aniquilación de Israel, rechaza todos los esfuerzos internacionales de paz y desconoce los acuerdos de Oslo y cada pacto celebrado entre la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) e Israel. Hamás considera que Israel es un Estado ilegítimo que no debe existir, por lo que desestima cualquier espacio para una salida pacífica.

Con el paso de los días, los análisis sobre los orígenes y el futuro de esta nueva guerra se multiplican. Expertos opinan que se ha alterado un statu quo y será necesario prestar mayor atención al tema de un Estado palestino en la agenda regional e internacional. Al mismo tiempo, la información sobre los apoyos internacionales, políticos y hasta militares que hubiera recibido Hamás, podría expandir el conflicto a una escala territorial mayor. Así mismo, aunque se habla de cohesión interna en Israel después de la reciente polarización política de esa sociedad, el debate sobre las fallas en sus sistemas de seguridad no es menor, y corregirlas será crítico para la protección de su población.

Lamentablemente, si tenemos en cuenta antecedentes recientes de luchas contra grupos terroristas, la guerra de Israel contra Hamás posiblemente tomará tiempo considerable y traerá momentos difíciles para el mundo. Más, cuando esos grupos terroristas cuentan con redes internacionales de apoyo, dispuestas incluso a instigar atentados en otros países.

Los países democráticos deben unirse en la condena contra el terrorismo. Ningún discurso político puede justificar asaltos deliberados como los de Hamás, dirigidos contra civiles, que se ejecutan con barbarie y con el fin de generar terror entre la población. En medio de la polarización, el mundo democrático no puede caer en actitudes débiles que terminan favoreciendo a los extremistas violentos. Ningún país está exento de esta amenaza, y la laxitud frente al terrorismo no debe ser una opción.

Los esfuerzos diplomáticos para lograr acuerdos políticos que permitan avanzar hacia la solución de dos Estados viviendo pacíficamente deben continuar. Pero este objetivo de la comunidad internacional no se debe confundir con tolerancia o permisividad frente al terrorismo: la acción de Hamás es una amenaza a la paz regional deseada y a la seguridad internacional, y sus crímenes no pueden quedar impunes.