Estratégicamente nuestra política con Venezuela fracasó. Hace 4 años, siguiendo un libreto de otro país, Colombia se propuso derrocar el régimen de Nicolás Maduro, creó una alianza para aislar y bloquearlo, reconoció a Juan Guaidó como ‘presidente encargado’, recibimos a su embajador a quien le entregamos la casa que antes ocupaba el embajador designado desde Caracas. Respaldamos un intento de golpe militar que fue un sainete y decidimos el cambio de la administración de Monómeros.

Ahora el chavismo ve el fin del sexto gobierno colombiano desde que Hugo Chávez fue elegido en 1999. El que finaliza fue el primer gobierno colombiano que se propuso algo inédito como política exterior: provocar un cambio de régimen en un país vecino. La crisis política y social en Venezuela tiene mucho que ver con factores internos, como la incompetencia de los opositores. También inciden los efectos de las sanciones económicas de Estados Unidos, desastrosas para los venezolanos, pero ineficaces para lograr elecciones con un resultado que le agrade a Washington.

La crisis se reflejó en el deterioro de las condiciones de vida de los venezolanos que salieron en un río humano de refugiados caminando por las carreteras desde Cúcuta hasta Santiago de Chile y que básicamente se quedaron en Colombia porque fuimos los realmente solidarios; la acogida poco se practicó en otros países. Lo hicimos con nuestros propios recursos porque la ayuda internacional fue tacaña. En 2018 había 500 mil refugiados venezolanos en Colombia, ya vamos en 2,5 millones. En el exterior nos felicitan mucho por eso.

En el 2000 Venezuela era nuestro segundo socio, con un volumen de intercambio de 2200 millones de dólares y los colombianos hacían remesas desde Venezuela. En 2021 el intercambio comercial no superó los 700 millones de dólares y ni siquiera está en nuestros primeros 25 socios. Las remesas se giran en sentido contrario.

Nuestra frontera con Venezuela es la más grande y la más importante, cubre todo el Oriente, incluyendo las economías de La Guajira, Norte de Santander, Boyacá, Casanare y Arauca. Con Brasil, Venezuela tiene una frontera casi tan extensa como la de Colombia, pero en Brasil no hay más de 300 mil refugiados venezolanos. La retórica de Jair Bolsonaro nunca se volvió apertura a los refugiados. Por ser Guaidó una ficción política, en tres años los países que lo reconocían como presidente pasaron de 50 a 15. Ninguno de la Unión Europea lo reconoce y nunca logró poner embajador en las Naciones Unidas. Nuestra soledad es patética. Dudo que hayamos sido consultados sobre la visita de altos funcionarios de Estados Unidos a Maduro.

La relación quedó destruida y normalizarla, como quiere el nuevo gobierno, tendrá puntos sensibles como la restitución de la sede de la embajada venezolana en Bogotá, el repudio a Juan Guaidó como ‘presidente encargado’; también habrá que resolver sobre el estatuto temporal para los venezolanos y la administración de Monómeros.
Ojalá el pragmatismo con Venezuela abra el diálogo para los gravísimos problemas de seguridad que se filtran por la frontera. Ojalá haya estabilidad política de Venezuela y que la incompetente oposición venezolana cumpla su papel, que no tiene por qué cumplirlo Colombia.

Aprendamos la lección, uno no tiene relaciones diplomáticas con un Estado para tumbar su gobierno. Fracasamos. Ojalá cambiemos en un sentido que le sirva a Colombia, que es en lo que debe pensar el presidente colombiano; y que en 4 años no estemos igual por actuar por agendas externas indiferentes a nuestros intereses.

Como dijo Confucio: si cometes un error y no lo corriges, cometes dos errores.