De todo lo escrito sobre la bochornosa sesión del consejo de ministros del 4 de febrero de 2025, citado para analizar las causas del incumplimiento del programa de gobierno de Gustavo Petro, no se ha recalcado su antecedente: el cónclave de Paipa de abril de 2024, citado para revisar por qué el programa de gobierno no avanzaba cuando ya iba por la mitad de su mandato.
Según el propio presidente, para comienzos de este año el incumplimiento de sus propuestas de campaña era del 75 %. Aparte de la tragicomedia en cuya representación alternaron Francia Márquez y Susana Muhamad por la tragedia, con Laura Sarabia, Gustavo Bolívar y Daniel Rojas por la comedia, no se trató realmente de un consejo de ministros con propuestas y metas concretas y ejecutables, sino de globos al aire, como el encargo de Petro a la recién estrenada canciller, en todo el sentido del término: “usted tiene que hacer una estrategia alrededor de cómo cesa el conflicto entre israelíes y árabes”.
Algunos petristas se preguntan pasmados qué le pasó al Presidente en ese consejo y sugieren que fue una estrategia, como la que tiene que diseñar Laura Sarabia para “cesar” el conflicto árabe-israelí. Olvidan que hace un año la reunión tuvo el mismo objetivo, revisar por qué las cosas prometidas no se estaban ejecutando.
La diferencia es que el 4 de febrero vimos al gobierno en acción, dando testimonio en vivo y directo de su rocambolesca incompetencia. No hay estrategia si no se avanza hacia la meta y la aritmética es simple, a Petro le queda el 33% del tiempo que sus electores le dieron, para cumplir con el 75 % de los que les prometió para que votaran por él.
Al circo y el drama les siguió la política pura y dura: Benedetti al mando, acompañado de Susana Muhamad, la de “nunca me sentaría en la misma mesa con Benedetti”, que pasará de ministra a súperministra como directora de Planeación Nacional; Francia Márquez defenestrada para poner a su más cercano mentor, Carlos Rosero.
El Gobierno terminó de acabarse ese día, pero su inmovilidad empezó con el escándalo de Nicolás Petro, cuando el centro del trabajo pasó de la alianza multipartidista por un proyecto progresista, a defender al presidente poniendo entre él y los narcos, exnarcos, contratistas y políticos corruptos tantos cojines de amortiguación y fusibles como se pudiera, hasta su propio hijo. Además, asegurar el pacto de silencio: “por hoy es silencio de ambos. Ya veremos cómo se solucionan las cosas”, le escribió Petro a Benedetti en medio de la pelea de este con Laura Sarabia.
Lo que sigue en los próximos meses difícilmente tendrá que ver con la ejecución del programa progresista; la verdadera estrategia es electoral: dónde están los barones políticos con fuerza en las regiones, cómo se organiza la plata desde el erario, cómo se irriga para garantizar los apoyos y cómo se debilita al oponente. El programa podría ser el mismo de 2022 con su 75 % de incumplimiento, no importa, el progresismo ha aprendido la importancia del poder por sí mismo.
Los políticos con experiencia de 2022 están de nuevo trabajando, con las mangas recogidas, en lo que mejor saben hacer. No solo Benedetti, también el componedor Roy Barreras, el sinuoso Luis Gilberto Murillo, entre otros. Trabajarán para ellos mismos y se impondrán, porque la izquierda tradicional no tiene candidatos viables; su candidato con más opción es Gustavo Bolívar, epítome de la mediocridad y el fracaso electoral.
El telón del gobierno del cambio ha caído, la tramoya de la campaña 2026 empezó a funcionar.