Gordon Hempton escribió la historia de su viaje con su hija en búsqueda de una pulgada cuadrada de silencio que finalmente encontró en el bosque Hoh en el parque nacional Olympic en Estados Unidos. Esa pulgada cuadrada implicaba la inexistencia de ruidos generados por el hombre por cuando menos quince minutos.

Por eso incluyó aviones, ladridos, balidos, cloqueos, mugidos y rebuznos; el silencio no admite el gruñido de un cerdo pero sí el guarrido del jabalí, no perros ladrando pero sí zorros haciendo lo que los andaluces llaman tauteo. Hallar una pulgada cuadrada de silencio requiere cientos de kilómetros limpios de sonidos generados por el hombre; el silencio es que al suprimir el ruido artificial estamos en presencia del sonido natural. Durante meses Hempton buscó lugares remotos para grabar quince minutos de silencio y sólo lo logró en Olympic por diecinueve. El libro incluye la grabación de lobos, águilas, pisadas de ciervos, aleteos y mucha llovizna; oírlo nos sumerge en la plenitud del silencio. Diez segundos antes de terminar, un avión pasa a varios cientos de kilómetros y desgarra la quietud de la pulgada cuadrada, terminando la historia.

El desarrollo ha hecho al humano cada vez más estridente, efecto incrementado por la tecnología de la portabilidad de todo, especialmente si hace ruido. Hoy las personas pueden llevar consigo su cinemateca, su discoteca, su familia y su negocio en el bolsillo y eso ha creado un vicio, un mal comportamiento, de obligar a los demás a oír nuestra música, nuestras películas y peor aún, nuestras conversaciones.

No hay escenarios protegidos del ruido ajeno y no se están desarrollando normas de comportamiento para censurar semejante acto de invasión de la privacidad a partir de la exposición de la privacidad ajena a través del ruido.

Mientras algo de norma social de comportamiento no invasivo se crea en las casas, yo sugeriría que las empresas y los gobiernos empiecen a prestarle atención, porque hay lugares como los aeropuertos y los aviones en las que es muy fácil oir a políticos discutiendo planes de campaña y repartos burocráticos, funcionarios públicos discutiendo ajustes a pliegos, contenidos de proyectos de ley, jefes de personal planeando cómo despedir a alguien, sindicalistas hablando cómo provocar una huelga, ejecutivos intercambiando opiniones en una ‘telco’ que tienen por el altavoz exponiendo planes de expansión, estrategias de mercado y hasta acuerdos de precios y jefes de seguridad coordinando el transporte y la escolta en el punto de llegada. Los médicos reciben los resultados de laboratorio y los transmiten a los pacientes de una forma tal que todo los demás se enteren de aquello que debería quedar en privado. Y obviamente hay cientos de banalidades que es lo que ocupa la mayor parte de las conversaciones de los humanos, afortunadamente.

La tecnología ofrece una solución simple, los audífonos, pero la gente prefiriere el video y los mensajes de voz con el audio abierto. Las personas tenemos la autoestima tan alta que pensamos que todos deben enterarse de lo importantes que somos a través de la indiscreción en nuestras conversaciones. Esta mala educación está por todas partes y afecta a todo tipo de personas, por eso mi sugerencia es que las empresas y los gobiernos empiecen a ocuparse del asunto, porque en los aeropuertos y antes del despegue de los aviones se están exponiendo todos sus secretos por aquéllos que deberían mantenerlas en reserva, sin pensar si al lado está su propia competencia o su enemigo.

No habrá silencio, pero si menos ruido y sobre todo no nos enteraremos de lo que no deberíamos saber.