Arranco yendo directo al grano: lo de Brasil no es ejemplo para Colombia. No es una buena noticia en ese país, no es un camino a replicar en ninguna latitud. Menos acá, enfermos y delirantes con la violencia crónica. Punto.
Llevo días sorprendido y hasta un poco decepcionado frente a la incapacidad de políticos de esta región para condenar lo que pasó en Brasilia. Me parece de una irresponsabilidad y miopía incomprensibles.
No pretendo defender ni a Lula ni a Bolsonaro. Tampoco caer en el lugar común de ver lo ocurrido a través del lente de derecha versus izquierda. Sí, asumiré es que Brasil es y ha sido una democracia y que sus ciudadanos llevan años eligiendo mandatarios con un sistema electoral que funciona a pesar de imperfecciones y vicios políticos como los nuestros. Y es precisamente por esa realidad, aunque haya susto e incertidumbre por un cambio de rumbo político, que no hay lugar para el uso de la violencia.
Mi rechazo rotundo va hacia ese fondo, hacia la expresión violenta y criminal de una postura política que, por muy legítima que sea, no tiene justificación alguna para materializarse de la forma que lo hizo. No hay, para mí, crimen justificable en una democracia. Poco importa quién lo comete. Poco importa que el sistema no sea perfecto.
Porque eso frecuentemente pasa. Quienes justifican la violencia, aún sin participar directamente, lo hacen siempre en defensa de una causa, persona o una postura que va en línea con las suyas. Pero ese juego malabarístico de explicaciones fantásticas se abre una puerta que no sabemos cerrar. Nunca lo hemos podido hacer porque es un ciclo vicioso de no acabar.
Hoy son los bolsonaristas, mañana los de Lula, los de Roy, los de Petro, los de Jehová, pasado mañana los animalistas, después los vegetarianos, los carnívoros, los omnívoros. ¿Quién más? ¿Quién se apunta? Todos creen tener razón. Es algo que deberíamos conocer muy, pero muy bien en este país. Infortunadamente.
En nuestra historia muchos han considerado en algún punto tener el derecho (léase bien: el derecho) de tomar las armas, de destruir y de matar. Todos defendiendo su causa porque esa sí era la correcta, porque las condiciones no daban alternativa y porque tenían derecho. Un cuento, repito, de no acabar.
La puerta hay que cerrarla completa. Dejarla entreabierta es peligroso e incoherente. No hay razonamiento lógico válido para defender lo de Brasilia, pero protestar cuando la Primera Línea decida hacer lo mismo con otro gobierno, cuando la guerrilla vuelva a tomarse una alcaldía, cuando otro fulano siga el ejemplo de un zutano.
Lo condenable e intolerable es el accionar, no el personaje. Que la izquierda radical latinoamericana, también justificadora del terrorismo y el crimen, sea una amenaza no está en discusión. Pero esa historia se debe escribir con otra tinta y con otros guantes.