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Las puertas de la casa

La protección de nuestras fronteras es de una importancia mayúscula, pero relegada en el país. Así como el sujeto, es una tarea hecha a media marcha y de mala gana.

8 de febrero de 2023 Por: Gustavo A. Orozco Lince

Esta semana tuve una experiencia desagradable volviendo al país. Conté con la mala suerte de lidiar con un funcionario que nada sabe de su responsabilidad como empleado público. Uno de esos atornillados, perezosos, que cumplen de mala gana, que se les olvida que nosotros pagamos su sueldo y que no están haciéndonos un favor.

Pero más allá de lo que me pasó a mí con el señor Wilmar Pérez, la falla en el servicio de Migración en el aeropuerto Bonilla Aragón es un síntoma de un mal profundo. La protección de nuestras fronteras es de una importancia mayúscula, pero relegada en el país. Así como el sujeto, es una tarea hecha a media marcha y de mala gana.

Para empezar, las competencias se traslapan y se zapatean. Nadie ha resuelto esa confusión. Migración solo responde desde donde tiene un escritorio y los militares entre tantas amenazas criminales, terminan agobiados pretendiendo además controlar por milímetro el territorio entero.

Con la falta de doliente hacen fiesta nuestros enemigos y adversarios. Acá entra y sale cualquiera - no solo droga. El diciembre se lo hacen los contrabandistas en puertos hechizos de La Guajira entrando ropa, trago y cigarrillos, los coyotes que ayudan a cruzar el Darién, los que trafican carne, gasolina y mujeres según el mercado del otro lado y hasta los espías que recolectan información desde acá. No es una película.

Me acuerdo estar en Arauca poco después de las restricciones de la cuarentena. En esa época, la frontera estaba completamente cerrada. En el papel, al menos, porque las barcas cruzaban por docenas a la vista de todos y con cruces nocturnos para ocultar lo que fuera entre la lona.
Pero en épocas normales por los puntos legales se cuelan armas, personas y drogas. Como pasa en todo el mundo, los bienes ilícitos entran en su mayoría por pasos perfectamente definidos y con presencia estatal. En Cúcuta uno puede cruzar sin mostrar un solo documento y con maletas enteras de carga, en Buenaventura y Barranquilla salen toneladas de narcóticos dentro de contenedores en regla.

Tenemos vacíos en todas las fronteras y en todos los modos de transporte. A ninguno le paramos suficientes bolas. Los ríos son el patito feo, la Fuerza Pública y la Armada no dan abasto para el control fluvial. Pero en los demás corredores, aún con presencia estatal la cadena es igual de desastrosa por inoperancia, corrupción o desinterés.

Controlar nuestras fronteras no es pretender cerrarnos como Japón en otro siglo. Es imposible. Lo que sí debería significar es un esfuerzo serio por tener competencias delimitadas, herramientas tecnológicas para detectar flujos y mejores capacidades para ampliar el espectro de acción.

Los que se mueven por las fronteras prefieren el silencio de hoy. Entre menos miren, menos presión y menos les afectan el bolsillo.
Funcionarios como el que me tocó en el aeropuerto no son parte de la solución.

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