Desde el espíritu cristiano, la Iglesia en Colombia ha tenido un rol protagonista en varios procesos de paz y de diálogo. No siempre con éxito, no siempre con fracaso.

Pero, ¿cuál es el verdadero papel que como Iglesia debemos tener para no terminar manipulados o utilizados?

Lo primero que tenemos que decir es que la Iglesia y su acción mediadora o de acompañamiento debe ser un tributo a la dignidad de la persona humana, a la verdad y a la justicia.

Hay que mantener el equilibrio entre la búsqueda del poder y la moral o la ética social.

La Iglesia ofrece un servicio maravilloso, que casi ninguna otra institución en Colombia lo está haciendo, y es generar confianza entre los diversos y contrarios.

Buscar acercar a los extremos (todo extremo es peligroso) en donde se defienda el bien común, los valores más auténticos y se promueva un verdadero humanismo integral. Es al ser humano al que hay que salvar, no solo un proceso o un acuerdo de paz que en muchos casos solo se limita a una firma en un papel con toda la difusión en los medios.

Esta no es la paz por la que se esfuerza la Iglesia.

Como mediadora de muchos conflictos, la Iglesia ha venido desarrollando un acompañamiento permanente de forma silenciosa pero brindando confianza en las partes.

Esperar un éxito milagroso de estos procesos es un imposible mientras se mantengan el deseo desaforado por el poder o por el dinero.

Nos acompaña la oración eclesial, nos acompaña la fuerza de lo alto, nos acompaña la buena voluntad de miles de colombianos que desean encontrar caminos de paz y de desarrollo integral.

Dios quiera que todos los ministros de la Iglesia podamos acompañar a nuestros pueblos en sus sufrimientos, dolores y también en sus sueños y esperanzas.

Pastores que vuelvan a oveja, aunque a veces las ovejas vengan vejadas por el pecado o heridas por la violencia.

No somos salvadores, pero sí podemos llevar al salvador del mundo a los corazones de todos los colombianos.