Yo quisiera creerles. Pero me lo impide la incoherencia entre su vida y su discurso. No es fácil aceptar los programas de gobierno o discursos cuando su vida riñe con ellos.
La mayor demostración de cinismo que he visto es la bandera de la vida empuñada por Gustavo Petro. ¿Cómo es posible tratar de convertirse en el adalid de la vida, en señalar a todos como victimarios, agricultores, empresarios, cuando quien acusa tiene sus manos manchadas de sangre a lo largo de sus años?
La historia del M19 no es la biografía de alguna comunidad religiosa. No se nos puede olvidar la cantidad de asesinatos, secuestros, extorsiones, logradas por ese grupo en el que Petro fue activo militante.
Cómo olvidar la cruenta toma de la embajada de República Dominicana, o el asesinato del líder sindical Jose Raquel Mercado, o los secuestros de empresarios como exgerente de Indupalma Hugo Ferreira Neira o el de Camila Michelsen, hija del entonces fundador del Grupo Grancolombiano.
Aún nos duele el secuestro de Álvaro Gómez Hurtado y el asesinato de su escolta Juan de Dios Hidalgo. En la lista de sus delitos está el reclutamiento de menores de 14 años, como se demostró en su grupo del Tolima.
Los vallecaucanos tenemos fresca en nuestra memoria la toma de Yumbo, en la cual murieron 17 personas, pero sin duda el golpe más cruel e inmisericorde a la vida y a las instituciones fue la violenta toma del Palacio de Justicia, donde fueron asesinadas 94 personas, entre ellos 11 magistrados.
Recientemente leíamos la declaración de la hija de un magistrado que salió vivo y contó como los guerrilleros daban tiros de gracia a sus secuestrados. Todo indica que fue un acuerdo narcoguerrillero.
Peor aún. La comisión de la verdad con relación al secuestro, delito frecuentemente cometido por el M-19, dijo: “Fue una práctica intencional y extendida en la que el desprecio por la vida y el sufrimiento de las víctimas y sus familias revelaba el grado de deshumanización del conflicto armado colombiano”.
Por todo lo anterior, no dudo en respetar la decisión del pueblo colombiano en llevar a la presidencia a Gustavo Petro, pero eso no me impide que los intestinos no se me revuelquen cuando se vende como el gran defensor de la vida y haga apología de esta, cuando él y los suyos se han pasado su existencia pisoteando la existencia de los demás, pues atropellar la vida no es solo quitarla, también es limitarla con el terror, las violaciones, la perdida de libertad o de la tranquilidad.
El acto mayor de cinismo fue el perdón de Petro como presidente a las madres de Soacha. Y no porque ellas no lo merezcan. Ni más faltaba, esas 19 madres y las 6402 familias que están en la lista de víctimas de los falsos positivos, merecen el perdón sincero y el resarcimiento como reparación ante tanto dolor causado, pero sincero, no con fines electorales.
Es imposible dejar de pensar que en el mes de las elecciones, Petro aproveche este momento para irse contra todos sus contradictores, casi que tratando de marcar una barrera entre la izquierda “bondadosa y vitalizante” contra una derecha “codiciosa y homicida”.
No puede ser que el dolor de las familias se convierta en un escenario electoral. Aquí todos deben pagar su cuota de compromiso. Si la cadena de mando militar terminara demostrando que Uribe y Santos deben asumir sus responsabilidades, que paguen sus culpas pues nadie debe salir librado de sus cargas frente al dolor de tantas familias de escasos recursos.
Pero ese proceso le corresponde a la justicia y no a un agitador profesional desde la Casa de Nariño en quien la crueldad y el cinismo son sus características.