Me refiero la tormenta política que se está viviendo en Colombia. La tormenta inició su gestación desde el comienzo del gobierno del presidente Gustavo Petro. Inicialmente, se conocieron los escándalos de corrupción de su hijo Nicolás y de las visitas de su hermano Juan Fernando a delincuentes encarcelados por narcotráfico.

Casi simultáneamente salió a la luz pública una conversación entre Armando Benedetti y Laura Sarabia quejándose del trato que él había recibido, cuando se hicieron los nombramientos de los nuevos funcionarios del Estado. Con un vocabulario soez e intimidante, amenazaba con declarar las irregularidades que habían ocurrido en la financiación de la campaña, las cuales, si se conocían, pondrían a tambalear al nuevo gobierno.

El escándalo reciente fue la trasmisión en la televisión de una reunión del gabinete, donde anunciaba la incorporación al equipo de gobierno de Armando Benedetti en reemplazo de Laura Sarabia, lo que originó una serie de rechazos de sus ministros y en especial de la Vicepresidenta, quienes protestaban por su incorporación. Las acusaciones de maltrato a las mujeres y de corrupción no han sido pocas.

Los desacuerdos del equipo de gobierno fueron evidentes, lo mismo que el disgusto del Presidente por la falta de ejecución de la mayoría de sus subalternos. La tensión en las relaciones entre los asistentes era evidente, exteriorizada con vehemencia, hasta con llanto de la Ministra del Medio Ambiente. También sobresalió la falta de liderazgo del Presidente, al igual que las desavenencias de sus subalternos entre sí.

Después de esa escandalosa reunión, les solicitó la renuncia a todos sus ministros. En su nuevo equipo de gobierno, sorprendió la designación de Armando Benedetti en el ministerio más importante, Mininterior, y a Laura Sarabia en la Cancillería.

Lo último fue la acusación de Gustavo Bolívar a Laura Sarabia de corrupción, y su manifestación de que no debería ejercer la Cancillería. Sin embargo, es posible que cuando se publique esta columna puede estar desactualizada, los escándalos son frecuentes.

No obstante, este torpe y escandaloso gobierno no ha afectado de manera significativa la actividad económica, aunque sí ha incidido en su ímpetu. Los índices de resultados son modestos.

Lo evidente es que la falta de credibilidad y la constante incertidumbre ha afectado el apetito para invertir. Este hecho afectará el crecimiento económico en el futuro. Se ha desacreditado el país como lugar atractivo para establecer empresas. El Presidente ha sido reiterativo en sus declaraciones contra el sector privado, lo califica como si su único propósito fuese la codicia, desestima el beneficio que produce.

Parece que podemos subsistir sin Gobierno Nacional, excepto en el campo de la seguridad. En buena parte de nuestro territorio gobiernan los bandidos. Por fortuna, los gobernadores y alcaldes están llenando parcialmente el vacío.

De acuerdo con Pedro Medellín, los únicos beneficios que nos ha dejado este gobierno son los de sufrir, en carne propia, los estragos que produce el progresismo, y comprobar la importancia de la institucionalidad.

La esperanza es la proximidad de las elecciones. Lo que nos induce a resaltar la importancia de las que se llevarán a cabo al comienzo del año entrante para elegir el Congreso.