Mona diez años queda ciega repentinamente. Recobra la visión. El médico no puede garantizar si el episodio es pasajero o eventualmente quedará ciega. Sus padres le piden al abuelo que la lleve al sicólogo los miércoles.
Este, apasionado por el arte, hace un pacto secreto con su nieta y cada semana se encaminan al Museo del Louvre a dedicar una hora a un solo cuadro. Uno no más.
Así inicia el Libro Los Ojos de Mona de Thomas Schlesser, historiador del arte y autor de varios ensayos. Libro que se ha convertido en un acontecimiento literario en este año y ya está en veintiocho países.
Schlesser escoge cincuenta y dos obras de arte y las incorpora en el libro. Tiziano, Botticelli, Rafael, Rembrandt, Turner, Canaletto, Miguel Ángel, Van Gogh.
Cada capítulo máximo de seis páginas logran llevarnos de la mano para recrearnos, enseñarnos a mirar, no solo la obra maestra en sí, sino su entorno y detalles que no hemos pillado.
Como para entender a Goya hay que entender su vida. “Fue retratista de príncipes y pintor religioso de prestigiosos encargos. Sin embargo, a sus cuarenta y cinco años sucedió un brusco cambio y se dedicó a explorar las sombras oscuras de la humanidad. Todo a causa de una grave enfermedad. Tal vez el paludismo. Pasa semanas con una fiebre altísima que casi lo mata, sobrevive con graves secuelas, pierde totalmente el oído y su cerebro se ve invadido por zumbidos. Su pintura de deslío hacia las penumbras se llevó por delante todos los códigos”.
Para mí este libro ha sido una revelación. Soy una museo-adicta, y muchas veces me detengo en un cuadro, dejándome arrastrar por él. Recuerdo una ocasión ante El Jardín de las Delicias del Bosco en El Prado, le dije a un guarda que estaba embarazada y si por favor me traía un asiento, para así poder quedarme mirándolo extasiada el tiempo que me diera la gana.
Este libro me abre los ojos. Ese cuadro de Rafael, que siempre había mirado con ternura, formas redonditas, colores suaves, esconde una tragedia inconmensurable, que jamás hubiera imaginado y así, poco a poco, cuadro por cuadro, o esa secreta obsesión de Turner por el amarillo y la luz, esa fuerza creadora y destructora.
Mirar un cuadro, como leer un poema, son actos solitarios y onanistas, pero es lindo descubrir que el ser humano existe más allá de su obra. El personaje y su sombra o el mito y el hombre que lo encarna.
Recuerdo las palabras de Eduardo Lynch, mi primer terapista, sacerdote irlandés radicado en La Florida, cuando yo todo lo veía negro y la vida carecía de sentido. “Aura Lucia, simplemente, recuerde que al nacer Dios o su Poder Superior le regaló todo el Universo: atardeceres, amaneceres, el mar, las montañas, las flores, los olores, la vista, el tacto; el viento, las tempestades y las auroras, las mariposas y los gavilanes, la capacidad de amar y sentir”.
Poco a poco fui saliendo del túnel oscuro, día tras día, volví a ver. Me había quedado ciega como Mona, pero tuve el privilegio de volver a ver la luz.
Quedaremos ciegos eternamente al morir, pero mientras tanto disfrutemos este regalo y entremos a la muerte, como decía Marguerite Yourcenar, a la muerte con los ojos abiertos.
Cada día es un regalo. No lo desperdiciemos en odios, ni rencores, ni violencias inútiles. Aprendamos de nuevo, de la mano del abuelo, a mirar de nuevo, con Los Ojos de Mona. Así entraremos llenos de luz a esa nueva dimensión desconocida y temida. Entremos en paz.