Liz Truss es la nueva primera ministra del Reino Unido. La excanciller será la tercera mujer en la historia en ostentar el cargo, siguiendo los pasos de Margaret Thatcher y Theresa May. Truss le ganó la batalla a Rishi Sunak, exministro de Hacienda de ese país, y quien hace un año era visto como el heredero natural de Boris Johnson. Sunak perdió la elección dado que, entre otras cosas, prometió una serie de aumentos de impuestos que desalentaron al ala más radical del Partido Conservador. Y su escándalo sobre evasión de impuestos le quitó popularidad.

La nueva mandataria no tiene una tarea fácil. En el plano electoral tiene la tarea de aumentar el apoyo de los ciudadanos hacia el Partido Conservador, dado que en un poco más de dos años serán las elecciones generales. Según una encuesta de Ipsos, Boris Johnson, Theresa May y David Cameron (todos copartidarios de Truss) son quienes más rechazo generan en el público. El 49 % de los encuestados dice que Boris fue un mal gobernante, al igual que el 41 % en el caso de May, y 38 % en el de Cameron. Los tres poseen los números más altos de rechazo de cualquier Primer Ministro desde el fin de la Segunda Guerra Mundial.
En el plano económico, el panorama es igual de desafiante. El Reino Unido tiene el nivel más alto de inflación del G7, el mayor decrecimiento de salarios reales (6,7 %) en los próximos dos años. Posee el déficit más alto, alrededor del 14,8 % del PIB, de este grupo de potencias mundiales. Además, la guerra de Ucrania y la crisis de energía e inflación hace que el horizonte no sea alentador.

Durante su campaña, Truss propuso una reforma tributaria direccionada a disminuir impuestos, congelar los precios de la energía, y aumentar el gasto en la cartera de Defensa en un 1 %. Igualmente, la excanciller buscará establecer leyes que busquen limitar el papel de los gremios y que el Banco de Inglaterra apriete su política monetaria. Estos gastos, junto con los recortes en los impuestos, pueden generar retos fiscales que afectarían, no solo a los ciudadanos, sino también a la aprobación de la Primera Ministra y a su partido.

La Primera Ministra también propuso establecer zona de impuestos bajos y leyes de planificación más simples, al igual que mantener el impuesto corporativo en 19 %, para atraer inversión extranjera. Esto va en contravía de lo que había propuesto su contrincante conservador, que afirmaba que dentro de sus objetivos estaba aumentar este impuesto al 25 %. El objetivo de la mandataria es que, al tener impuestos bajos, el país logre crecer a un 2,5 % anual, algo improbable, dado que los últimos pronósticos hechos por la Oficina de Responsabilidad Presupuesta del país afirman que crecerá 1,7 % en este año.

Uno de los miedos que genera la Truss es que, durante la campaña, afirmó que buscaría modificar los mandatos del Banco Central de Inglaterra. Aunque en los últimos días de la campaña, la mandataria fue más moderada y aseguró que no era potestad de ella discutir u opinar sobre los niveles correctos de las tasas de inflación, sus comentarios y ataques hacia esta institución durante la campaña generan tensión.

El carisma y optimismo de Truss, menciona un ministro del gabinete inglés en The Economist, es energía y carisma sin los problemas de Boris y una apuesta que el partido está dispuesta a hacer. Liz se ha mostrado como la heredera moderna de Margaret Thatcher, con la intención de desafiar la ortodoxia económica para que el país aumente su crecimiento y productividad económica. Solo el tiempo dirá si Liz Truss podrá emular el éxito de su referente. Por ahora, deberá moderar sus posiciones para atender la crisis energética e inflacionaria del Reino Unido, mientras busca la manera de fortalecer su mandato.