El comportamiento de ciertos habitantes de Cali -a quienes no se les puede llamar caleños por más de haber nacido aquí- me tiene aterrado.
Llenos como estamos de toda suerte de infractores y de transgresores, de personas que hacen lo que les da la gana, que violan las leyes y cosas peores permanentemente, que desde que amanece están usurpando los derechos de los demás, que hieren, matan, atracan, asaltan, roban, irrespetan, que alteran el orden público, que gritan y patalean, que ponen el equipo de sonido a todo full, que no dejan dormir, que se suben al MÍO sin pagar, que no respetan las colas, que no saben hacer filas, pasaron de la desvergüenza al descaro.
Anteriormente, esos seres que bien podríamos llamar desadaptados solían reconocer sus errores y era común verlos pidiendo perdón y ofrecían el “no lo vuelvo a hacer”.
Es más, hasta solían confesarse y pagaban penitencias incluso de rodillas con jaculatorias llenas de golpes de pecho y sinceros arrepentimientos que cobijaban a sus pecados veniales y los graves y hasta los mortales.
También existía, ya no la justicia divina, sino la de los códigos que se hacían cumplir de manera estricta y el temor a los carcelazos les impedía cometer delitos y fechorías y las cosas marchaban más o menos regular.
Pero algo pasó y caímos en un estado tal de relajamiento y de importaculismo que ya no se les teme a las leyes y menos a la justicia divina.
Los delincuentes cometen sus fechorías sin importarles las consecuencias. A los acosadores y a los violadores les vale huevo que los denuncien. Los asesinos salen libres de polvo y paja. La casa por cárcel es una vagabundería. Las condenas o se evaden o no se cumplen. Los ladrones del Estado nunca son judicializados como Dios manda.
Aquí lo que impera es el billete que lo compra todo, o si no le llueve plomo ventia’o. O se calla y se hace el pendejo que no vio ni oyó nada, o tenga para que lleve en una ley del silencio que es la única válida.
Y lo que es peor es que esa maraña de malhechores, todo lo desafían con un cinismo tal que uno se queda estupefacto.
De ahí la respuesta tan en boga con que responden a los requerimientos que se les hacen por sus malos comportamientos y que es “¡¿y qué?!” como quien dice me importa un soberano culo y yo hago lo que me da la puerca gana.
Y les tienen sin cuidado los fiscales, los jueces, los magistrados, las condenas, la Policía, el Ejército, nada absolutamente nada los despeina. Y la respuesta es: -“¡Y qué!”.
Se creen inmunes e inmortales y no le temen ni a Dios ni al diablo.
Este nivel de relajamiento solo puede provenir de una sociedad enferma regida por otros códigos que son los que están mandando en los bajos mundos donde la corrupción es el pan nuestro de cada día.
Qué bajo hemos caído. ¿Nos podremos levantar después?