‘La ballena’ y otra película que recibió varios Óscares, ‘Todo en todas partes al mismo tiempo’, podrían ser dos ejemplos hoy del malestar de la cultura cinematográfica en términos estéticos.
Desde hace muchos años -excepto en el tiempo del pandemia- tengo la buena costumbre de ver todos los filmes que premia Hollywood, por la potísima razón que pienso, y así lo creo, algo bueno deben tener para que un jurado se fije en ellas.
No obstante, las producciones más recientes que premia Hollywood van hacia la decepción pues no se entiende si estos palmarés están empujados por la inversión de valores que corre como una plaga por el mundo -lo malo ahora es bueno, lo que antes era feo hoy es ‘bonito’- o estas decisiones a la hora de premiar están aquejadas por la enfermedad de la pandemia, la misma melancolía que lleva a darle una portada de Time a un gamín como Bad Bunny.
Después de ver las películas arriba anotadas, he estado pensado en estos días en Francis Ford Coppola, en Federico Fellini, en Visconti, en Bernardo Bertolucci, en Godard y en Buñuel, en un actor como Marlon Brando, en una actriz como Catherine Deneuve. Es cierto; en el cine como en la literatura también tenemos clásicos y la basura premiada afortunadamente es flor de un día.
Se necesita tener una mentalidad enfermiza para producir una película donde se metaforiza la vida de un ser que vive de hacer talleres literarios virtuales, una persona que sufre por padecer obesidad mórbida, frente a una de las obras más notables de la literatura norteamericana como es Moby Dick de Herman Melville.
La película podría ser una creación normal, sin ningún relumbrón, si no hubiera recibido un Óscar, solo que en algunos aspectos resulta asqueante, tanto ‘Todo en todas partes al mismo tiempo’.
Esta última quiere ser una representación del Metaverso, ese universo que está más allá del que conocemos, donde es posible resolver, inclusive, obsesiones esquizoides. La mezcla de virtualidad y realidad pone en escena los conflictos y rituales de una familia chino americana en permanente disputa con el IRS, la oficina de hacienda donde deben justificar cada año impuestos de una empresa familiar de lavandería, supuestos servicios de karaoke y quiropráctica, además de otros ítems que tienen encima el ojo fiscalizador de una mujer que puede representar todo el terror que siente cada año cualquier ciudadano estadounidense que no tenga claridad en la presentación de estos formularios. La película se diluye en pueriles demostraciones de Kung Fu.
La Ballena quiso ser interesante pero lo de comparar a este pobre ser con el cetáceo blanco de Melville resulta finalmente en un bodrio traído de los cabellos.
Quizá la nueva fuerza de la creación cinematográfica descansa hoy en el cine independiente que no precisa de grandes presupuestos para recrear magistralmente la existencia, desde la oscuridad o desde la luz.
Lo claro es que el meridiano del cine no pasa ya por Hollywood, un plató donde a veces surgen comportamientos circenses en las ceremonias de premios, como ocurrió el domingo 27 de marzo de hace un año en el Dolby Theatre, con el puñetazo de Will Smith a Chris Rock.
Creo, parte del inicio de la decadencia e inversión de valores tuvo como protagonista a un arlequín que incendia una ciudad, la película de Todd Phillips protagonizada por Joaquín Phoenix, con desprecio total a la autoridad y bajo el signo de Acab -‘All Cops Are Bastards’- o sea, ‘Todos los policías son bastardos’, una consigna que está impresa también en la Calle Quinta de Cali después de la famosa asonada guerrillera disfrazada de “estallido”.
Las banderas de Acab acabo de verlas también en las manifestaciones de París contra la reforma pensional. Este sí es el Metaverso; el cine y la realidad confundidas.
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