Allá a comienzos de los 80 a un empresario de Cali se le ocurrió traer a la ciudad al bolerista Miltinho, un cantor brasileño que había aliviado el sopor vespertino de los barrios con temas como Amor de pobre, Rocío de la madrugada, Cuando estemos viejos, sólo que el artista había olvidado las canciones y el público debió recordárselas, a coro, desde las graderías del Evangelista Mora.Para nadie es un secreto, como afirmaba la musicóloga Lise Aerinne Waxer, que Cali es la ciudad de la memoria musical, el único lugar del mundo donde ese patrimonio intangible del romance, aparece intacto, al fondo de las residencias familiares, congelado en acetatos.En un rincón del alma/ se aburre aquel poema que nuestro amor creó , repetía Miltinho en el puerto, mientras veíamos llover desde un balcón. Con esa inspiración, me acerqué a Miltinho para entrevistarlo. Llegó a la redacción de El País casi anónimo y olvidé quitarle el carné de visitante para la foto; quedó así en la entrevista, un poco triste, lejos ya de las carátulas rutilantes de sus discos, donde aparecía con un bigotito trazado con regla y un indefectible cigarrillo, en ademán pensativo. Era la actitud del cantor golpeado por la pena, en plena tusa, con su botella de cachaça a medio beber. Pero, ni el enfisema ni la cirrosis se llevaron a Miltinho. Una noticia de agencia internacional, dio cuenta sucinta de su muerte: Milton Santos de Almeida, más conocido como Miltinho, murió este domingo a los 86 años, víctima de una ataque cardíaco. Fue velado en la Capilla 3 del Memorial Do Carmo, zona portuaria de Río de Janeiro .En muchas fotos, Humphrey Bogart, James Dean, Julio Cortázar, Albert Camus, Gabo, Daniel Santos, Miltinho, aparecen fumando; nunca se supo si era Chesterfield, Lucky Strike, Camel o Pielroja, pero fumaban.Cuando Miltinho viene a Cali, era propietario de un pequeño bar en la zona playera de Río. Pocos sabían aquí que era también sambista, que había estado al lado de Elsa Soares, la novia de Manoel Do Santos Garrincha, y de Chico Buarque, entre otros. Cuando le recordé al futbolista de las piernas garetas, no pudo evitar las lágrimas. Lo acompañaba cada año en la comparsa distintiva de la Escuela de Mangueira, iban al frente, como dormidos entre los atabales y la lluvia de papel picado. Ya al final de su vida, así lo recordó, Garrincha no bailaba; iba sentado entre la muchedumbre, como absorto en su lejana mañana de carnaval.En la noche de su debut en Cali el Evangelista agotó boletería. Llegué temprano y me aposté cerca de la tarima; la orquesta, conformada por músicos locales, inició los acordes de un bolero surrealista, muy metido en el alma popular: Aún conservo yo intacto, todo igual tal como quedó/ y hasta el dedo del guante que ella se olvidó cuando partió/ aún está señalando la puerta del cuarto por donde salió . Los músicos se miraban unos a otros porque el cantor había enmudecido; miraba al público entre el asombro y el azoro. Toda esta gente había venido a escuchar unas viejas canciones que había interpretado en español, a inicios de los 60, por petición de su disquera, después del éxitos continental de sus primeros boleros. Lo había olvidado todo; por ello, el público, en coro, le recordaba que alguna vez nos había ayudado en esta dura empresa que es el amor: Al recordar, aquel lugar, por siempre amado/ siento el hechizo de aquel paraíso, que tuve a tu lado .