Se cumplen 71 años de la publicación de una de las obras literarias más enjundiosas del mundo americano: ‘El viejo y el mar’, del escritor estadounidense Ernest Hemingway, el mismo que escogió la fecha de su nacimiento, un 2 de julio, para suicidarse.
Publicada originalmente en la revista Life, esta novela es en sí misma una metáfora del esfuerzo humano, de la perseverancia, del destello de luz cuando todo parece perdido.
Con los ecos de una partida de béisbol en la radio y con la esperanza de llevar a los restaurantes habaneros unos buenos kilos de pez vela, un pescador es arrastrado por toda la Corriente del Golfo por una bestia marina que consume toda su energía y en un permanente suspenso le hace brillar los ojos -los del pescador que triunfa- y al tiempo le trae lágrimas de dolor cuando el forcejeo le indica que esta pieza, la mayor, se escapa sin remedio.
El padre del escritor, el médico Clarence Edmunds Hemingway cometió suicidio, y también su nieta Margaux.
Ernest fue rechazado en el ejército; su vida amorosa conoció tres separaciones y se apegó al alcohol. Sus matrimonios con Hadley Richardson, Pauline Pfeiffer, Martha Gellhorn y Mary Welsh, estuvieron caracterizados por el denominador común de las disputas permanentes, cambios de residencia y el consecuente trasiego de los hijos entre el afecto de sus madres y la presencia fugaz de un padre viajero, cazador, pescador y aventurero.
Cuando fallece su madre Grace Ernestine Hall, no asiste a los funerales. Después de publicar El viejo y el mar en 1952, recibió el Premio Pulitzer al año siguiente. Un año después, en 1954, la Academia Sueca lo coronó con el Nobel de Literatura. Al retornar de Estocolmo, deposita la medalla con la efigie de Alfred Nobel en el altar de la Virgen de la Caridad del Cobre, de la que se hizo devoto mientras vivió en su villa cubana de San Francisco de Paula.
Amigo de toreros y de cuadrillas, concluyó en España su famoso reportaje sobre el mano a mano entre Luis Miguel Dominguín y Antonio Ordóñez. Era 1960 y el texto salió al mundo bajo el título El verano peligroso.
Su última esposa, Mary Welsh lo convence de someterse a un tratamiento adecuado, después que el médico familiar le observa signos de desequilibrio mental. Es así como ingresa a la Clínica de Reposo de los Hermanos Mayo en Minnesota. En junio de 1961 solicitó un permiso para ir a Ketchum, Idaho, donde tenía una cabaña en Sun Valley. Ahí, el 2 de julio de ese año, se disparó en el paladar con su escopeta de caza.
Con su muerte, creció el mito del escritor tierno y brutal al tiempo, el ángel enamorado de las emociones fuertes, de los toros, el boxeo, la caza y la pesca mayor. Escribía de pie en una máquina Smith Corona, descalzo, mientras miraba al mar desde una ventana de su finca ‘Vigía’, propiedad de 9 hectáreas sembrada con mangos, mamoncillos y tamarindos. Hoy es un museo, cerrado “los domingos y días lluviosos”, con su barco ‘Pilar’ encallado en la piscina, hoy sin agua.
Este lugar se conoce como ‘Vigía’ porque fue originalmente un puesto de vigilancia del ejército español. Hemingway la compró al francés Roger Joseph D´Orn Duchamp de Chastaigne en 1940, después de ver un clasificado en la prensa cubana. Había llegado a la isla 1 año antes procedente de la Guerra Civil Española, y quería encontrar un lugar tranquilo para escribir su novela ‘Por quién doblan las campanas’, el mismo que encontró en el Hotel Ambos Mundos, de La Habana.
En San Francisco de Paula el visitante puede ver en su escritorio, junto a lápices y borradores, su carné de corresponsal de guerra, balas de gran calibre, cajas de anzuelos, sus gafas de aro redondo, entre dagas y flechas de la tribu Masai, con la que convivió en sus expediciones de caza en Tanganyka.