Hace pocos días el escritor británico Salman Rushdie fue atacado a cuchillo en cumplimiento de una fatua, orden dada por Ruhollah Jomeiní hace 33 años en Irán. ¿El motivo? Escribió un libro, Los versos satánicos, donde el jerarca religioso consideró se ofendía al Islam.
Entre nosotros, aquí en América Latina, el obispo de Matagalpa en Nicaragua, Rolando Álvarez, permanece ‘preso’ en su iglesia y debe impartir la eucaristía casi a hurtadillas para evitar que los guaruras del régimen orteguista lo apresen o, en el peor de los casos, lo asesinen.
Entre los dos casos no veo mayores diferencias; la orientación religiosa hace que los dictadores de derecha o de izquierda, shiitas o integristas, ortodoxos o seguidores de la sharía, vean en quienes no piensen como ellos, un enemigo.
Hace poco, a raíz de mi columna Cali destruida, José Mario Arbeláez, más conocido como Jotamario, me envió una amenaza por Facebook. Me expresó que: “El mundo se me vendría encima, por ser un apestoso uribista…”. Ahora que triunfó el petrismo, del cual este señor es aliado, debo esperar entonces lo peor. Me llamó la atención su amenaza, justamente en un país que pretende ser ‘potencia del amor’. No mencioné al citado escribidor en mi columna, pero quizá se dio por aludido cuando expresé que en un supuesto monumento literario con el que rodearon a Jovita cerca de Santa Librada, aparece Jorge Isaacs acompañado por algunos escritores mediocres, algo que es verídico porque si uno tiene 80 años y no ha podido pergeñar un solo poema, apague y vámonos.
El imbécil de Ortega ve ahora a los curas católicos como sus enemigos, por estar ellos ahora al frente de la protesta contra la inequidad, el hambre, la tortura, la injusticia. En compañía de su esposa, a quienes los propios nicaragüenses tildan de bruja, Ortega permite la quema de iglesias, como ayer en Chile, la destrucción de símbolos religiosos, la persecución a sacerdotes. Nada nuevo; cuando Fidel llega al poder en Cuba el 1 de enero de 1959, intoxicado ya por el materialismo dialéctico, reafirmó, haciendo eco a Karl Marx, que “la religión es el opio del pueblo” y puso en la picota a curas, obispos y religiosas, los cuales debieron permanecer cautivos, como hoy en Nicaragua, en un sótano de la catedral de La Habana. La monja caleña Emma Mercado Mercado vivió esa difícil experiencia. Debió salir en la noche con otras religiosas y tonsurados, en busca de un barco que los llevó desde el Muelle de la Luz hasta el puerto de Brindisi en Italia.
Esa herida de Fidel con la iglesia cubana solo vino a curarse con la visita del Papa Juan Pablo II el 23 de enero de 1998, donde coronó a la Virgen de la Caridad del Cobre como reina y protectora de todos los cubanos.
Pero lo del opio no solo aludió en Cuba a los católicos. Las sociedades secretas, los ñáñigos y abakuas también fueron perseguidos. Carabalíes, Lucumíes, todo aquel que expresara creencias provenientes de la Cuenca del Níger, santeros y babalaos, merecían la hoguera para el nuevo régimen. Lo curioso es que andando el tiempo, Fidel ‘se hizo santo’, consagrado a Eleggua, la deidad africana que abre los caminos, y en Colombia hoy, al parecer, la santería cubana también está en el poder; Petro está protegido por Obatalá, Barreras, por Changó y el alcalde de Cali recibe también el favor de los santos africanos, pues es devoto de Changó y Oshun, coronado.
Al topar con la iglesia en Nicaragua, pienso que Ortega ejercita hoy su peor apuesta y es probable que este sea el fin de tanta desgracia en ese país. Llama la atención el silencio del Papa Francisco delante de esta afrenta contra la curia. En ‘El árbol y sus frutos’, Mateo 7,8, se lee: “Cuídense de los falsos profetas. Vienen a ustedes disfrazados de ovejas, pero por dentro son lobos feroces. Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se recogen uvas de los espinos, o higos de los cardos? Del mismo modo, todo árbol bueno da frutos buenos, pero el árbol malo da frutos malos”.
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