Al terminar el debate que sostuvieron Joe Biden, en ese momento candidato de su partido a la reelección, y el simiesco Donald Trump, los liberales del mundo entero fuimos presa de tremendo desasosiego, pues llegamos a la conclusión de que nuestros correligionarios estadounidenses quedaban sin opción de triunfo en las elecciones del 5 de noviembre.
Biden no dio pie con bola, sus vacilantes respuestas y su mirada distraída, lo mostraron como un candidato incapaz de vencer al republicano, que esa noche dio por seguro su triunfo electoral.
Pero he aquí que, como en la célebre Perrilla “en más de una ocasión sale lo que no se espera”, y Biden, en gesto que lo enaltece, declinó su aspiración, le pasó la posta a su vicepresidenta Kamala Harris y vino lo que parecía imposible hasta la víspera: el escenario cambió totalmente y el Partido Demócrata, como el Ave Fénix, resurgió de sus cenizas. Los donantes dieron millones de dólares para la campaña, y un hálito de victoria sacudió las toldas azules.
Kamala Harris no había destacado mucho en la vicepresidencia. Su figuración política fue discreta. Desempeñó bien la presidencia del Senado, y fue leal con su jefe, el presidente Biden.
Al tomar el estandarte demócrata, Harris se convirtió en la estrella de la política gringa. Su rostro apareció en las portadas de las más influyentes revistas. Su nombre salió en grandes titulares de la prensa mundial. El acertado escogimiento de su fórmula vicepresidencial, el apreciado gobernador de Minnesota, Tim Walz. Su magistral discurso de aceptación de la candidatura en la Convención Nacional Demócrata realizada en Chicago en la que 5.000 delegados vibraron de emoción ante la presencia de la ungida. Su luminosa sonrisa que le da a su rostro los trazos perfectos para los afiches electorales que inundarán todo el territorio de los 50 estados de la Unión. Todos esos atributos redundarán en masiva votación a su favor.
A Trump se le acabó la arrogancia y su enrojecida cara empezó a mostrar preocupación. Ya no había un vejete como él en la acera contraria. Ya no había un débil adversario. En la arena del coliseo apareció una gladiadora, que lo primero que dijo es que en su desempeño como fiscal general de California había enfrentado delincuentes como Trump, a los que supo poner en su sitio.
Trump, como buen miembro de la derecha, la tilda de comunista, y que Harris –vaya similitud con la derecha criolla- convertirá a Estados Unidos en otra Venezuela. Ese infundio ya no cala ni aquí ni allá. Ni Colombia ni Estados Unidos se convertirán en Venezuela. Ni con Petro aquí ni con Kamala allá.
Juzgo que las fuerzas progresistas colombianas deben empezar a buscar una Kamala para el debate comicial de 2026. Se debe escoger una mujer con los arrestos de la norteamericana, que continúe la política de cambio y que siga adelante con los proyectos benéficos que cursan ahora en nuestro país.
En el sonajero político hay varias féminas que pueden llegar a ser, una de ellas, la Kamala Harris nacional. Hay varias de ellas en las redes. Una ya picó en punta.
2026 será un año definitivo para la democracia colombiana. No podemos equivocarnos y regresar al pasado.
Busquemos una Kamala. La necesitamos.