Imagínese que le sea dada la posibilidad de construir un mundo virtual, compuesto por múltiples espacios tridimensionales, con sus propias especificaciones, para habitar en él socialmente, bajo la figura de un avatar igualito a usted. Es decir, para tener relaciones sociales con otros avatares de sus amigos o sus socios o sus colegas, sin moverse de su casa, sin necesidad de levantarse de la cama, de vestirse o de salir. Eso es el metaverso, que todo indica va a ser la manera como en el futuro se comunicarán los humanos, o los transhumanos para ser más exactos.
No se trata de ciencia ficción, aunque la ciencia ficción ha sido poderosa inspiradora de ese desarrollo. La película Avatar de James Cameron estrenada en el 2009, muestra de la manera más fantástica posible, y por tanto irreal, la historia de un soldado inválido en un planeta lejano cuya mente es transportada a un avatar en la forma de un homínido, esbelto, de cuerpo grácil, movimientos imposibles e inteligencia superior, igual a los habitantes de ese planeta. Una forma de liberación de sus ataduras físicas.
El mismo nombre de metaverso, que quiere decir más allá del universo, tiene su origen en el libro de ficción Snow Crash (Choque en la Nieve) de Neal Sthepenson. Meta es el nuevo nombre de Facebook, presentado en sociedad por su creador Mark Zuckerberg, con un video de realidad aumentada. Es por así decirlo un salto cualitativo de internet, algo tan radicalmente diferente como la invención de la imprenta de tipos móviles frente a los libros manuscritos.
Para ser parte del metaverso se requieren varias cosas: un alto nivel educativo que permita entender los procesos técnicos, unos altos ingresos para comprarlos, y estar involucrado desde siempre en una cultura informática, que es como un nuevo mundo con un nuevo lenguaje. En ese mundo virtual nada es gratis. Las cosas que quieres, la casa soñada, el paisaje ideal, las obras de arte, la ropa para vestir tu avatar, hay que comprarlas con NFT, tokens no fungibles, únicos, transferible y escasos, que se pagan con un monedero virtual. Y ese mundo ya existe. ¡Hágame el favor!
Para muchos de quienes nacieron antes de la invención de los teléfonos celulares y el internet, metaverso puede ser un mundo alienante donde se pierden todos los valores de la presencialidad y del contacto humano.
Para quienes nacieron conectados es un paso lógico en el desarrollo de unos procesos que juzgan incipientes, un nuevo mundo que nace.
¿Es una forma de liberación o es la apoteosis de la alienación del ser humano por la sociedad de consumo? Hay dos maneras de ver el asunto.
La primera desde el marxismo, que es útil todavía para muchas cosas:
Karl Marx, quién suena un poco anacrónico para ser citado en este contexto, definía la alienación como el proceso por el cual el individuo se convierte en alguien ajeno a sí mismo, enajenado por haber perdido su identidad a través de la apropiación por el capital de la plusvalía que genera su trabajo; ¿Convierte el metaverso al hombre en un avatar, en alguien ajeno que no es él, pero se le parece, en un alienígena?
La segunda desde el humanismo: ¿No será que el desarrollo impensable de la técnica es un poderoso instrumento para construir al hombre transhumano, mezcla de humano y robot, de carne y avatar, el superhombre con el que sueñan los filósofos políticos como una realidad inevitable? Usted escoja.