Los 11,2 millones de votos que le dieron el triunfo a Gustavo Petro en la elección presidencial representan la opinión de otro país, pero no de aquel que no tiene nada que perder y nada arriesga, sino del que piensa que hay mucho que perder sino se hacen las reformas que Colombia necesita para construir una sociedad más igualitaria y en paz. No era sólo el candidato de los pobres de solemnidad.
La idea piadosa de que Gustavo Petro ganó en las zonas donde se concentra la pobreza no resiste el menor análisis, primero porque ganó de lejos en Bogotá, Barraquilla y Cali que son los grandes centros industriales de mayor nivel de vida, y segundo porque pobreza hay en todas partes (20 millones de pobres). La realidad es que ganó o sacó buenas votaciones a lo largo y ancho del país, lo cual refleja un hastío ciudadano por el manejo de la política, la corrupción y la inseguridad, y un anhelo de cambio. Los 6 millones de votos que sacó Rodolfo Hernández en la primera vuelta, eran esa misma expresión de inconformidad, sólo que temerosos o desconfiados del estilo, los antecedentes o las propuestas de Gustavo Petro.
Esa desconfianza elevó a las alturas al ingeniero, el más improbable de los candidatos presidenciales. Fue patético ver el proceso de revestir de virtudes a un candidato que evidentemente no las tenía. Su desaparición en el debate de la segunda vuelta, que quizás explica su derrota, salvó al país de la situación absurda de tener un Presidente sin preparación y sin representación parlamentaria, que no gustaba del Congreso y hubiera tenido que escoger entre entregarse a él, o gobernar con poderes absolutos. Gustavo Petro, un político profesional, toreado en todas las plazas, con la mayor bancada parlamentaria pero obligado a construir una coalición de gobierno para poder aprobar reformas fundamentales inaplazables, que serán ajustadas en el debate, nos salvó de esa calamidad. Son insondables los caminos de la Providencia.
Pero a todo señor todo honor. Hernández reconoció con gentileza la derrota y ofreció su colaboración al Presidente electo con quien comparte el propósito de luchar contra la corrupción, de lo cual Petro tiene credenciales válidas. Con esa oferta, desbarató la idea de que el país quedó dividido en dos, puesto que además Hernández no tendría los instrumentos para ejercer la oposición política, aún si quisiera hacerlo, pues su electorado original es puro voto de opinión. La oposición queda reducida así a los verdaderos perdedores de la jornada, el gobierno Duque y los partidos que lo apoyaban, descontando al Liberalismo, la U y Cambio Radical, que no tendrían razones para oponerse a las iniciativas de un gobierno progresista.
La actual campaña presidencial de Gustavo Petro tuvo desde sus comienzos una marca que no fue evidente en el fragor de la contienda: su progresivo acercamiento al centro, medido por la manera como fue ajustando con realismo sus propuestas, con ánimo conciliador. El senador Roy Barreras, a quien tantos adoran odiar, fue protagonista de ese proceso. Llegó allí no como petrista sino para disputarle a Petro, desde una posición de centro, la candidatura del Pacto Histórico. Abrió una puerta a donde llegaron luego muchos más, antes y sobre todo después de la primera vuelta. Todos esos dirigentes construyeron una opción social demócrata, donde están todas las clases sociales, que merece una oportunidad sobre la tierra.