De entrada aclaremos que el asunto aquí no es contra el tan mentado Severo Sinvergüenza, ni la libre empresa, ni mojigaterías, ni nada de esos populistas ‘blablablás’ que andan de boca en boca.
El verdadero problema es otro y va más allá de la anécdota del fin de semana pasado, que se viralizó en Colombia por cuenta de los waffles sexuales.
Todo empezó hace un par de años, cuando los vecinos del barrio San Fernando y el Parque del Perro pidieron lo que legítimamente les corresponde como buenos ciudadanos que pagan sus impuestos y cumplen con sus deberes: el derecho a vivir en paz, orden y poderse transitar en su vecindario. Punto.
“No más inseguridad en el sector”. “No más licoreras, bares y discotecas sin permiso de funcionamiento”. “No más ruido sin control y hasta la madrugada”. “No más invasión del espacio público”. “No más piloto fallido, invadiendo la Carrera 34”. Los mensajes divulgados en pancartas por habitantes del barrio, durante la visita de El País esta semana, reflejan algunos de los males que viven, a causa del interés particular sobre el general que gobierna a mucha gente, y a la falta de vigilancia y autoridad, como pasa en tantos barrios caleños.
Empecemos por el asunto del bulevar de la Carrera 34, que supuestamente es una estrategia del rimbombante urbanismo táctico, hoy reducida a unas materas grandes que cerraron un carril, dizque “para el disfrute del peatón”, pero que no son más que buen espacio para mesas de negocios y, como se evidencia en fotografías, parqueadero de motos. Ahí va el ‘pomposo’ experimento, en el que cada matera costó 270 mil pesos, para una inversión total de $9’500.000. Felices los del negocio.
Dicen que por ahí irá el parque lineal de la carrera 34 (mucho nombre), con $9000 millones, que va del Parque del Perro hasta el Estadio Pascual Guerrero. Que se pondrán adoquines, se enterrará el cableado, habrá ciclorruta, pero todo eso quién sabe cuando. Mientras tanto, el lío para movilizarse hoy por el barrio es tenaz. Al parque confluyen varias vías internas, pero con ‘las materas tácticas’ quedó con una sola vía de entrada y salida y ¿a cambio de qué? de mesas y parqueadero de motos, ¡más na’!.
Sigamos. La expansión de negocios cerca del parque, que pese a todo sigue bello con sus árboles enormes y el monumento a Teddy (el perro), está bien para el que allí llega a pasarla rico y se va. Pero no para el que vive cerca y soporta discotecas y licoreras ruidosas que no dejan dormir. Menos, cuando se expande el microtráfico, hay prostitución y el barrio huele a marihuana.
Por eso es que los vecinos protestan, aunque los señalen de aguafiestas. Como también protestamos quienes amamos el lugar porque nos gusta y allí hay una oferta atractiva de ciudad. Por eso es que se levantan las voces ciudadanas que exigen que haya autoridad, no solo cuando se produce severo escándalo, sino siempre. Que sancionen al que incumple. Que le devuelvan el barrio a la gente. Que revisen lo que no funcionó.
El deterioro avanza, pero estamos a tiempo de conjurarlo, si existe voluntad. Que al pobre Parque del Perro no le cambien el nombre por parque del ‘porro’ como ocurre hoy, fruto del desespero de quienes se resisten a ser una nostalgia más de esa Cali que se extingue en sectores emblemáticos, porque no hemos sido capaces de respetarla, defenderla y organizarla.
Antes de pensar en el embolatado parque lineal, lo ideal sería cumplirle los acuerdos a la comunidad de San Fernando y darle respuestas efectivas. Eso que llaman gobernar... @pagope