¡Cómo está de vieja (o viejo)! ¡Ya se le ven los años! ¡Se le llenó la cara de arrugas! ¡Uy, ni sombra de lo que fue! ¡No le cabe una cana más! ¡Se ha pegado una envejecida!
¿Les suena familiar? Seguro alguna de estas expresiones las ha dicho o se las han dicho, porque ante la arruga ajena somos implacables. Es más, disfrutamos sin recelo de esos comentarios que nos resultan divertidísimos.
Y como tantas cosas en la vida mal normalizadas, somos jurados de un reinado permanente, que exige que la belleza física, mientras estemos en la tierra, sea eterna. O por lo menos como la exigen los cánones: el rostro perfecto, sin asomo de líneas de expresión, el cabello de colores y la piel firme. Eso para no mencionar los ‘gorditos’.
Por estos días, una rebelión de famosas, cansadas de tanta necedad ajena, nos han recordado que no es pecado envejecer y que cada quien es libre de asumir los años como le vienen. Empecemos por Margarita Rosa de Francisco, quien, como tantas otras veces, causó revuelo al decir que a sus 57 años no quiere perderse el espectáculo de su propio envejecimiento y abandonó el botox y otros procedimientos, que en los 40 se practicó. O la ex virreina universal Carolina Gómez, quien frente a las opiniones hartas en las redes sociales por su apariencia a los 48 años, dijo que “es ridículo pensar que no vamos a envejecer. ¡Qué hace uno frente a la estupidez!, vivo absolutamente feliz con mis líneas de expresión”.
Otra que puso el grito en el cielo fue la reina del pop, Madonna que, tras aparecer en los Grammy, fue muy criticada por los cambios en su rostro, a lo que la irreverente y siempre poderosa respondió: “El mundo se niega a celebrar a las mujeres que pasan de 45 años. Otra vez me enfrento a la discriminación por edad y a la misoginia. Espero muchos años más de comportamiento subversivo, enfrentándome al patriarcado y sobre todo disfrutando mi vida, ¡Inclínense, perras!”.
Ya la otra diva de Sex and the City, Sarah Jessica Parker, en su momento, al decidir dejarse sus canas y arrugas y recibir montones de reprobaciones, dijo: “Qué voy a hacer, ¿dejar de envejecer?, ¿desaparecer? Estoy sentada con Andy Cohen (presentador) y él tiene la cabeza llena de canas y es exquisito. ¿Por qué está bien para él?”.
No hay duda de que el sexo femenino sufre más los juicios severos por la huella del tiempo en su físico. Lo que responde a una razón puramente machista, que celebra la interesante vejez del hombre y se espanta ante la de la mujer. Los hombres tampoco se salvan del ácido de sus pares y de féminas que se mofan de su aspecto, como si fueran la reencarnación de Adonis y Afrodita.
Las camisas de fuerza que los estereotipos de belleza nos han impuesto castigan el legítimo derecho a envejecer. Y se evidencian en una forma de violencia simbólica cotidiana y subestimada, a pesar del daño que causa.
Hay un valor precioso en la madurez de la vida, como lo hubo en el despertar de la niñez, en los años maravillosos de la juventud, y en los más adultos, cargados de retos y responsabilidades.
Cuan valiente resulta esa desfachatez veterana, del que va por el mundo con la cara al viento y el disfrute a flor de piel, sin las ataduras que impone la frivolidad, ni los afanes de conseguir la aprobación de gente a la que ni siquiera le importan. Así que frente al ¡ya se le ven años! tan constante y reprochable, bien vale la pena responder, con seguridad y desparpajo ¡y si vieras lo bien que los he vivido!
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