Hace poco un respetado y querido columnista de este diario la llamó Ella. Su idea la retomo, porque Ella es una persona sobria, discreta, poco amiga de alardes o visibilidades estridentes.
Es una de las vallecaucanas de la década, o del siglo, si tenemos en cuenta que lideró la salvación de una importantísima empresa regional con más de siete décadas de tradición.
Ella protegió no solo empleos, no solo la posibilidad de que muchas personas honestas se realicen como profesionales, en el ejercicio de una tarea que García Márquez llamó con razón “el oficio más bello del mundo”.
Ella defendió, sobre todo, un patrimonio de la ciudad, un indicador de democracia, y una necesaria caja de resonancia de lo que somos como caleños, como vallecaucanos, como colombianos.
Ella habría podido, amparada en sus posibilidades, elegir la tranquilidad y la calma. Pero eligió el camino empinado y estrecho, los desvelos, la angustia, el estrés, las responsabilidades agobiantes, las urgencias que se acumularon, varios años, sobre sus días y sus noches.
Quienes tuvimos el honor de tenerla cerca en los tiempos difíciles, sabemos de sobra que Ella hizo la diferencia, porque su nombre es una señal de garantía más sólida que el oro y, su sola presencia, fuente de respeto y admiración. Una líder por quien los demás llevan la carga una milla extra, o dos, en caso de ser necesario. No sé cuántos de los que se tardaron en tender una mano podrán decir lo mismo.
Ella no pronuncia largos discursos, ni pontifica sobre lo que significa ser mujer en estos tiempos. Lo suyo es el ejemplo discreto, que a veces enseña más que las muchas palabras.
Cuando uno la ha tenido cerca por muchos años, sus acciones silenciosas se vuelven un punto de referencia obligado. Ante los retos de la vida, uno empieza a preguntarse: ¿Qué haría Ella en esta situación? Y de repente lo que hay que hacer se vuelve muy claro. Ella es un listón en alto.
Emularla, así sea en una parte diminuta, es un atrevimiento alegre.
Su poder femenino está reconciliado con la sonrisa, con la amabilidad, con el buen trato, con la elegancia serena, con la compasión, con el sentido del humor, con la sobriedad de una camisa blanca y un pantalón negro combinado con el destello luminoso de una joya muy rara y valiosa: la preocupación por los otros.
Con muy buen tino, la Gobernación acaba de darle la Orden al Mérito Vallecaucano en el grado Cruz de Comendador al mérito en el trabajo.
Este miércoles se conmemora otro Día Internacional de la Mujer, y por eso, sin agenda oculta de por medio e impulsada por la certeza que tengo de que sabe cuándo el afecto y la admiración son sinceros, le dedico esta columna. A Ella.
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