Jacinda Ardern se aparta de su cargo como primera ministra de Nueva Zelanda, después de su impecable y ultra eficaz manejo de la pandemia, aplaudido al unísono en el plano global.
Después de unir a su país en solidaridad con los migrantes y refugiados. Después de rodear con empatía y humanidad a las víctimas de atentados terroristas xenófobos.
Después de haber revolucionado la historia del liderazgo femenino, al quedar embarazada y dar a luz durante su periodo de gobierno, sin pedir disculpas ni sumergirse en las culpabilidades que suelen impedir o restringir el ascenso femenino a los altos cargos de poder.
Se va, en fin, después de haber enarbolado un estilo de liderazgo que rompe todos los esquemas tradicionales que se imparten en las mejores escuelas de gobierno
Ella se negó a ser la líder poderosa que va al frente, ordenándole a la manada qué hacer. Ella eligió ser la líder solidaria que camina hombro a hombro con la manada, una más entre sus conciudadanos, cercana, abierta, capaz incluso de responder a diario cartas y mensajes de forma personal, y de inspirar a las niñas con su estilo incluyente que grita desde el ejemplo: puedes llegar donde yo he llegado, y hacerlo mejor.
Es el estilo de los grandes, decir a los demás que pueden lograr hazañas, hacerse incluso irrelevante -por voluntad propia- para el futuro de una causa; y garantizar la vida de un sistema a largo plazo sin que todo se derrumbe al momento de su ausencia.
Es un estilo menos narciso y mucho más sinérgico, que resulta vital enaltecer, en un mundo donde la aspiración de tantos poderosos es quedarse para siempre, jamás soltar las riendas, atornillarse en papados y tronos, cargos y funciones, con alma dictatorial.
Por eso resulta tan consecuente la renuncia de Ardern, quien estando en la cima decide dar prioridad a su búsqueda de balance personal. Ella ha medido y calculado, no el poder del afuera sino sus propias fuerzas vitales, sus propias motivaciones interiores.
Me recuerda la frase de San Francisco de Asís: deseo poco, y lo poco que deseo lo deseo poco. Que no debe confundirse con conformismo o espíritu pusilánime sino, todo lo contrario: el desprendimiento como resultado de la fe y la grandeza.
Le han dicho loca, por soltar lo que tantos ambicionan, por dar un paso al costado cuando otros matarían por estar en su lugar. Pero en el estilo de liderazgo de Jacinda, sería falta de integridad no reconocer su cansancio, el agotamiento de un periodo y la necesidad de buscar un nuevo fuego que haga arder su alma. Al fin y al cabo se parecen mucho las palabras Arder y Ardern.
Quiero tenerla en mente, a Jacinda, quien no viaja hacia el pasado para hacer cálculos de cuánto merece lo que tiene, sino que viaja hacia lo desconocido, hacia la próxima frontera, una donde el valor no significa dar peleas con la espada más afilada sino reconocer exactamente qué tipo de batallas merecen nuestro escaso, escaso, escaso tiempo de vida en esta tierra.
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