Finalizado el 2024, se registró una noticia que pasó desapercibida: Colombia alcanzó un mínimo histórico en su tasa global de fecundidad, que pasó de 3,2 hijos por mujer en 1994, a solo 1,2 en 2024.

Según el Dane, pasamos de 669.137 nacimientos en 2014, a 515.549 en 2023, y las cifras preliminares indican que, en 2024, el descenso puede aún ser mayor. Esta caída acelerada no es un simple reflejo de decisiones individuales de las familias, sino el resultado de una compleja interacción entre factores económicos, sociales y culturales.

La gente dice que “ahora, hasta tener un perro sale caro, así que imagínense criar un hijo”. Una amiga me contaba que, tras calcular los gastos de colegio, universidad y “gusticos varios”, concluyó que su próximo miembro de familia sería una planta. Entre risas, se deja ver la preocupación real de muchas familias: equilibrar deseos personales con las presiones económicas y laborales. A esto se suma que hoy los jóvenes priorizan viajar y desarrollarse personalmente, antes que conformar una familia.

Un estudio reciente de la Universidad EAN en Bogotá, destaca que las generaciones “Y y Z” buscan estabilidad económica y oportunidades de crecimiento antes de considerar la paternidad, lo que podría explicar la alta movilidad laboral y el aplazamiento de compromisos familiares.

La caída de la natalidad tiene profundas implicaciones en la economía. Una población cada vez más longeva genera presiones fiscales adicionales por los mayores costos en servicios médicos y la disminución de la base contributiva al régimen pensional, que no será capaz de cubrir las demandas de una creciente población jubilada.

Para el Banco de la República, esta situación podría comprometer la sostenibilidad del sistema pensional, al reducir la proporción de trabajadores activos frente a los jubilados. A esto se suma que menos personas en edad productiva significan menos consumo, menos innovación y una menor capacidad de inversión. Este fenómeno ya lo ha enfrentado Japón, donde una población envejecida ha frenado el crecimiento económico.

Lo primordial es construir un país donde formar una familia no implique renunciar a la estabilidad ni a las oportunidades de desarrollo personal y profesional. Mejor dicho, que tanto cambiar pañales como pasear perros sean decisiones igual de emocionantes y posibles. Si bien ya se están aplicando ‘recetas’ para esto en otros países, el caso de Colombia tiene sus particularidades: los desafíos económicos, las vicisitudes que generan la pobreza y el estado preocupante en el que están sectores clave como educación y salud. Resolver estos problemas, o al menos trazar un plan claro para enfrentarlos, contribuirá a revertir el descenso en la tasa de nacimientos.

Un conocido me dijo medio en broma, medio en serio, que los parques infantiles podrían terminar siendo unos bellos lugares de exposición canina. Si bien me sacó risas, la reflexión es inevitable: urge actuar con responsabilidad para que las próximas generaciones encuentren un país con oportunidades, desarrollo y equilibrio.

El Estado, junto al sector productivo, la academia y la sociedad civil, debe diseñar políticas que promuevan el crecimiento económico e incluyan incentivos tributarios efectivos para fortalecer a las familias y acciones concretas para mejorar la seguridad. Esto puede motivar a los colombianos a tener hijos y formar hogares en entornos confiables, estables y seguros. La caída de la natalidad exige mayor apoyo a las familias, la protección de la maternidad y paternidad, y la promoción de la conciliación laboral y personal. Sin embargo, las recientes reformas tributarias han eliminado beneficios clave para quienes tienen hijos, agravando la situación. ¿Terminaremos cambiando los pañales por mascotas?