Mi gran amigo Alfonso Salazar Morales, más conocido como el gran Ponchito, partió esta semana e hizo el tránsito hacia el más allá, tranquilo, hasta el último momento, no perdió su gran sentido del humor. El ser humano más irreverente, (en el buen sentido de la palabra) el más frentero, nunca doblego sus rodillas ante una sociedad que él consideraba mezquina. Allá debe estar haciendo reír a Pedro, María, Juan, a Tiberio y a Amparo, sus padres. Siempre tenía alguna anécdota chistosa qué decir y una chispa para ocurrírsele cosas descabelladas que siempre nos hacía reír a carcajadas y alivianaba los problemas de la vida cotidiana.
Son pocas las personas que yo conozco que tengan un sello propio como el que tenía ‘el Enano’; no hay ni habrá dos Ponchos en este planeta.
Recuerdo que en los múltiples viajes que hicimos en carro, leía todos los avisos y los comentaba a su novia de ese tiempo y le decía, “si ves moscorrofio, la cantidad de cosas que se ven en estas carreteras” y se echaba a reír y a sacarle anécdotas con una imaginación que era difícil de entender de donde sacaba tanta bobada.
En el tema político defendía su posición con argumentos muy bien sustentados, ya que era un gran lector y conocedor de lo que pasaba alrededor del mundo.
Ejerció la profesión de abogado como su padre Tiberio Salazar, con el que compartió oficinas en la Plaza de Cayzedo, en el edificio del Banco de Bogotá y fueron reconocidos por su capacidad de defender casos complejos.
Pero su verdadera profesión fue la de ‘bohemio profesional’ amante de las buenas conversaciones, el buen vino o el ‘wiskei’ y obviamente la buena comida y la compañía de bellas mujeres.
Como amigo, que me honro de haber sido de sus más cercanos, siempre fuimos confidentes y compinches en más de una travesura. Nuestra amistad comenzó en la adolescencia, ya que crecimos en el mismo barrio de Santa Rita y pertenecimos a ‘la gallada Santarra’ con otros amigos entre ellos, Pichón de Gorila, Chiquisneris, Jeta de Bagre, Ñaño, Cachupe, Guineo, la Chutaluisa, Robbi, los Ortiz, los Hurtado, los Camellos Ayalde, Los Perea y muchos otros. Fuimos amigos de jóvenes adolescentes del barrio Terron Colorado, como el gran Mirolindo, y teníamos la capacidad de compartir con ellos en el bar Viamar donde hoy queda Carulla, pesar de pertenecer a distintas posiciones sociales. En eso también consistió nuestra rebeldía que nos hizo ser de cierta manera irreverente, sin tragar entero en una sociedad caleña que manejaba una doble moral.
De adultos, ya ‘reformados’, (jejeje, qué buen chiste) viajamos mucho juntos y son múltiples las anécdotas de momentos de mucha alegría y gozadera.
¡Ponchito, te recordaré siempre y te tendré en mi corazón, parce! A sus hermanos Nohora y Lalo un gran abrazo de solidaridad.