La celebración en Cali de unas interesantes jornadas de debate preparatorias de la cumbre COP16 me ha causado tanto alegría como tristeza. Alegría porque estas jornadas han contribuido ciertamente a abrir o, si se quiere, potenciar entre nosotros la necesaria reflexión sobre el acuciante problema del cambio climático. Cuyas secuelas padecemos cada día con mayor frecuencia e intensidad. Como es el caso más reciente, y ciertamente muy grave, del déficit hídrico que padece actualmente la meseta cundiboyacense, tan grave, que ha obligado a racionar el agua en Bogotá.

“La ancha avenida de nubes que trasportaba infatigablemente el vapor de agua desde la Orinoquia y la Amazonía – explicó Petro – ha disminuido tanto su caudal, por la deforestación y las quemas, que ya no produce las lluvias que antes irrigaban generosamente a la sabana”.

La tristeza me la causa comprobar que nadie es profeta en su tierra. Y yo soy de esa clase de profeta, como lo prueba que el temario de estas jornadas incluye los temas que yo puse a debate en esta misma columna, hace ya bastantes años.

Lo pueden atestiguar aquellos de mis lectores que todavía recuerdan las numerosas columnas que dediqué a proponer y argumentar extensamente lo que entonces llamé la Iniciativa ASA. ASA como acrónimo de Anden Pacífico, Selva y Amazonia. Y como complemento del nombre que me pareció más adecuado para un proyecto estratégico, que involucraba a los departamentos de Chocó, Valle, Cauca y Nariño, con el propósito de rescatar al Andén Pacífico de las manos de las empresas mineras y madereras, para convertirlo en un gigantesco laboratorio biológico viviente.

En el que la conservación de la biodiversidad excepcional del litoral Pacífico, fuera compatible con el inventario pormenorizado y la investigación de las posibilidades de un aprovechamiento sostenible de la misma. En el que el acuerdo de las autoridades nacionales con las de los departamentos y municipios involucrados, tuviera como requisito indispensable la aprobación y el compromiso con la Iniciativa de las comunidades indígenas y afrodescendientes que habitan la región.

Y en la que en el inventario y las investigaciones antes mencionados, aunaran esfuerzos los científicos con los sabios de las comunidades que habitan el Andén, depositarios de riquísimos saberes ancestrales. Incluso me ocupé del tema de la financiación, examinando diversas alternativas para lograrla.