Colombia que es “el país de las cosas singulares en el que dan la paz los militares y los civiles dan guerra”, tiene hoy en su legislación un texto que viola varios derechos fundamentales de miles de compatriotas que derivan el sustento vital de los negocios que giran alrededor de la actividad taurina.

Se argumenta que se trata de una minoría de colombianos vinculada a la fiesta brava. Es cierto. Pero es que en una democracia son tan respetables los derechos de las minorías como los de las mayorías. El Congreso al prohibir las corridas de toros hizo caso omiso que de ellas perciben rendimientos infinidad de personas y sus familias.

Porque no son únicamente los toreros y los ganaderos los que reciben ingresos del espectáculo. También están los empresarios que arriesgan sus capitales para brindar en unos pocos días del año la más bella de las fiestas, que más que un encuentro de alto riesgo del astado y el diestro, lo que aparece en la arena es una especie de ballet, en el que un hombre cubierto con su brillante traje de luces enfrenta un ejemplar de 450 kilogramos de peso, para convertir esa cita en una imagen preciosa, que hasido llevada al lienzo por los más destacados pintores.

Alrededor del circo de toros orbitan los que imprimen los boletos; los publicistas; los que montan los tenderetes para llenar las botas con manzanilla; los que venden sobreros de ala ancha, y cojines para amortiguar la dureza del cemento; los que ofrecen en la gradería cervezas y gaseosas frías para mojar “la garganta sequita de tanto gritar”, como se oye en la canción de Agustín Lara dedicada a Silverio Pérez. En fin, se acaba la tinta para recordar a la gente que en las temporadas taurinas mejora su raquítica aritmética monetaria.

Pero ahí están los congresistas de todas las vertientes aprobando la ley que prohíbe las corridas en todo el territorio nacional. La gran prensa los aplaude y las señoras que se dicen protectoras de animales los exaltan como héroes de la patria.

Espero que las plurales demandas de las que conoce la Corte Constitucional surtan efecto y este esperpento legal sea declarado inexequible.

El próximo jueves 26 a las 4 en punto de la tarde sonará en el precioso albero de Cañaveralejo el primer pasodoble de la temporada taurina, que ha sido posible por la erguida presencia en la presidencia de Plaza de Toros de Cali S.A. de mi querido y admirado amigo Miguel Yusty Márquez, quien une a su sapiencia jurídica una vieja afición por la tauromaquia.

Con Miguel disfruto hablando de política y mucho más del mundo del toro, pues él y yo somos conocedores de lo que sucede en los ruedos que rinden culto a Tauro.

Del 26 al 30, como quien dice, la próxima semana, harán el paseíllo los más destacados matadores. En la arena parda abrirán sus capotes y muletas los diestros Antonio Ferrera, Luis Bolívar, Fernando Adrián, Sebastián Castella, José María Manzanares, Alejandro Talavante, Manuel Escribano, y el rejoneador Arturo Cartagena. Con ellos también, los mejores espadas criollos.

La responsabilidad de la subsistencia de la fiesta no la tienen ni los empresarios, ni los ganaderos, ni los toreros. La tenemos los aficionados que debemos colmar el aforo de nuestra linda copa champañera. Que no haya cemento a la vista.