Las reuniones entre jefes de Estado suelen darse cuando a ambos gobiernos les conviene. Gustavo Petro necesitaba con urgencia gestos de validación de parte de Estados Unidos y Joe Biden cerciorarse que el gobierno de izquierda de Colombia no se salga del redil. Propósitos cumplidos, por lo pronto. Por eso, los mandatarios calificaron como positivo el encuentro, reforzando cada uno los mensajes de interés para su propia audiencia.

Empecemos por Petro. En medio del caos interno por el cuestionamiento a las reformas sociales que busca imponer, el deterioro de la seguridad e incremento del narcotráfico, el enredo de la Paz Total, las contradicciones en el equipo de gobierno, el nerviosismo palpable del sector productivo y los escándalos de corrupción en la familia presidencial, el mandatario de Colombia necesitaba un tanque de oxígeno y Joe Biden se lo facilitó.

Para él era pertinente dar un mensaje de afinidad en temas prioritarios del gobierno estadounidense como la crisis climática, las energías limpias y la Amazonía. Biden reiteró que su país es el que más contribuye a la acción climática en Colombia. Por eso le agradó el propósito de Petro de erradicar la deforestación al 2030. No hubo mención a cómo cada país entiende y adelanta la transición energética pues están en páginas distintas.

Igual de significativo era poner sobre la mesa la política de paz y antinarcóticos. En la primera, salvo un respaldo al acuerdo de 2016 la declaración es escueta, y con relación al narcotráfico, da relevancia a la reducción de la demanda, a fortalecer la interdicción, a perseguir las finanzas ilícitas y, a transformar los territorios con cultivos de coca. No habla de erradicación, un tema espinoso. En diplomacia lo que no se dice, es diciente.

Para Biden el objetivo era otro más sutil: tener cerca a Petro, comprometerlo con los valores democráticos, los derechos humanos, el respeto a la ley y a las instituciones. Especial mención hace la declaración, a la justicia, la libertad de expresión, asociación y prensa y, fortalecer las instituciones. Estados Unidos sabe que, si estos flaquean, flaquea la democracia. Seguramente le preocupan algunos pronunciamientos sobre la materia.

Para Estados Unidos también es importante que Colombia no se alinee con Rusia y China en asuntos de seguridad y política global. Petro se había declarado neutral sobre la guerra en Ucrania y hace poco tomó partido por China en la disputa por la soberanía de Taiwán. Ahora condena “todas las formas de autoritarismo y agresión mundial, incluyendo la violación de la integridad territorial de Ucrania por Rusia”. Un giro necesario para la relación bilateral.

Finalmente, el comunicado se limita a afirmar que están comprometidos en apoyar y contribuir a la “solución” de la “situación” de Venezuela. Más vago, imposible. No se refiere, como lo hizo Petro ante los medios, al levantamiento de sanciones ni tampoco a la gestión que realiza Colombia entre Maduro y la oposición. Pero a Biden le interesa -y mucho- monitorear de cerca ese proceso. Incidir en él. Otra razón para recibir a Petro.

En conclusión: a ambos presidentes les sentaba bien reunirse. A Petro, para mostrar a nivel doméstico que Biden no lo desconoce y que coinciden en algunas ideas; una bocanada de aire en medio de la asfixia interna. Biden no necesita mostrar nada a nadie: necesita sí, tener cerca a Petro. “Mantén a tus amigos cerca, pero más cerca a tus enemigos”, dice el refrán. Petro no es enemigo de Estados Unidos, pero es mejor tenerle corta la rienda. Más en un vecindario complejo y un mundo donde el autoritarismo resulta contagioso.