Esta semana falleció en Veracruz, México, Francisca Viveros Barradas, más conocida como Paquita la del Barrio (n. 1947), una de las intérpretes más famosas de la música de despecho y quien representó a lo largo de su vida a muchas mujeres que, a través de las canciones, les dijeron a sus hombres lo que estos merecían. La más famosa de sus canciones, ‘Rata de dos patas’, contiene en cada verso un adjetivo, o mejor un sustantivo adjetivado, para describir al desgraciado que empañó su felicidad: “rata inmunda”, “animal rastrero”, “escoria de la vida”, “adefesio mal hecho”, “maldita sabandija” “alimaña”, “desecho de la vida”, “maldita sanguijuela”, “maldita cucaracha”; como sería que “te odio y te desprecio” es la más suave de las expresiones en esta canción.
La cruel vida amorosa de Paquita fue el fundamento de sus canciones. Desde su adolescencia, una cadena de infidelidades masculinas y desventuras acompañó su existencia. Amó a varios y los toleró por su enamoramiento, y fue así como la música se convirtió en su canal de desahogo. ‘Me saludas a la tuya’ por ejemplo, es una cortés reflexión sobre las mentadas de madre en los conflictos de pareja. ‘Cheque en blanco’, ideal para dedicarla a los fríos negociantes que no valoran el amor, y ella concluye con “me decepcionaste tanto, que ahí te dejo un cheque en blanco, para que lo llenes por la cantidad que quieras y donde dice el precio, eso debe ser desprecio y va firmado por mí”.
¿Se dedican hoy canciones? Mi hijo, por ejemplo, me dice que ya no. Su novia opina lo contrario. Mi madre, que estuvo casada dos veces, siempre que hay músicos, pide dos canciones ‘Me voy pal’ pueblo’, por su primer esposo fallecido trágicamente a los 21 días de casados, y ‘El Limonar’, recordando a mi padre, hoy en el cielo. Algunos en la familia se molestan ante esos antojos sentimentales de nuestra madre, pero yo entiendo el poder de la música y su capacidad para transportarnos a ciertas personas y a determinados momentos, inolvidables en la memoria y evocados a través de las notas. Creo que en el archivo de quienes hemos amado intensamente hay un repertorio musical que lleva el nombre propio de cada persona que ocupó nuestro corazón. Cuando suena ese archivo, es el momento en el que la gente pide otro aguardiente. Algunos lloran, varios lanzan un madrazo a su destino o hay una expresión de nostalgia, de añoranza y hasta de esperanza.
Paquita la del Barrio se sale de ese romanticismo y cobra por ventanilla la bellaquería masculina. “Tres veces te engañé, la primera por coraje, la segunda por capricho y la tercera por placer, y después de esas tres veces no quiero volverte a ver”. Otra canción que recomiendo es un dúo de Paquita con Ricardo Arjona, interpretando ‘Ni tú ni yo’, sobre la licencia de un amor salvaje y sin compromisos de tiempo.
Sin ser Paquita un ‘sex simbol’, ni joven, ni show en el escenario, al contrario, llevando casi siempre el ceño fruncido, cicatriz de sus penas, ella fue coherente entre lo que vivió y lo que cantó. Por eso su voz y sus emociones eran tan auténticas y millones de mujeres en toda América corearon sus canciones, y llenó los escenarios que visitó. Para los hombres, que nos dediquen una canción de Paquita, es peor que una cantaleta con llorada y gritos a la madrugada. ¿La razón? El tiempo apaga el tono de la vaciada, que fue esporádica, pero lo que será eterno es la canción que nos dedicaron y que hace que un cantinero o un DJ se convierta en sicario sentimental cualquier noche desprevenida, al ponernos las canciones de Paquita y nos hará remover los cimientos como que fuéramos “animal rastrero, maldita cucaracha”.