Lo confieso. No he podido entender el cuento de esa ‘transición energética’ de la que todos hablan y tantos parecen querer. ¿Qué es eso? ¿Transición de qué a qué y de dónde a dónde? ¿Por qué y para qué? ¿Cuánto nos va a costar y cuánto vamos a ganar? ¿Contamos con los recursos para llevarla a cabo? ¿Sería quizás mejor darles a esos recursos otras destinaciones, como la eliminación de la pobreza y el desarrollo del país?

Sobre dónde estamos, hay alguna claridad. Sabemos que Colombia es uno de los países con menor emisión de CO2 per cápita en el planeta y que su matriz de generación eléctrica es una de las mejores desde el punto de vista de firmeza y costo, por su balance entre energía hidráulica y térmica. Y que, a pesar de que su territorio es muy rico en hidrocarburos, sus reservas probadas de petróleo y gas son breves, 7 años, lapso fugaz en el eje de los tiempos requeridos en ese negocio.

Sobre el futuro, si hay algo, sería cualquier vago enunciado, pero no hay dato serio alguno. Si de lo que se trata es de erradicar de la generación eléctrica a la producción de CO2 -el gas que exhalan los humanos y le da vida a la vegetación-, no se entiende que ni se mencione la generación nuclear. Francia conoce perfectamente su eficacia y seguridad. Allá, más del 80% de la energía eléctrica proviene de esa fuente, mientras que aquí ni se considera.

Ahora, si lo que se trata es de darle seguridad a la matriz de generación, no hay opción peor que las fuentes no convencionales. Aparte de sus inmensos costos ambientales, la confiabilidad de esta generación es, cuando más, pobre. En la eólica, si no hay viento, no hay con qué generar y, si éste es fuerte, hay que apagarla. En la solar, además de la mala costumbre del sol de dormir doce de las veinticuatro horas del día, nunca se sabe cuándo las nubes le van a permitir llegar al trabajo.

Además, está la factibilidad real. De los 12 proyectos eólicos registrados a fines de 2022, el más adelantado, con 53%, era Windpeshi, de Enel, que estaba programado para iniciar operación en marzo de 2023 (no es claro cómo). Enel acaba de informar que no puede llevar a cabo el proyecto. Este hecho en sí no es grave porque, como este tipo de generación es tan poco confiable, no se puede contar con más el 20% de la capacidad teórica, o sea que apenas 40 megas no entrarán en línea. El problema es lo que significa.

Así como estos no pudieron, los demás tampoco podrán. Las circunstancias de todos son similares y con seguridad se suspenderán los 12 proyectos, que sumaban 2.077 megas de capacidad teórica, es decir unos 400 de real. Y si alguno, por acaso, se concluye, tampoco habrá líneas de transmisión para incorporar al sistema la energía que genere.

Es claro que nadie sabe qué va a pasar, y que hasta la fantasiosa orden que dejó el presidente Duque, antes de colocarse en una de esas organizaciones que medran en el fabuloso negocio del alarmismo climático, de que los comercializadores compraran ya el 10% de su energía de fuentes no convencionales, no pasa de ser un dislate más en el manejo de este tema. De ahí mis preguntas. ¿De qué hablan? ¿Qué se va a hacer? ¿Cómo? ¿Con quién? ¿Nos pondrán a cortar leña?

Claramente, mi información y luces no son las de quienes tanto hablan del tema. Para salir de mi ignorancia, mucho quisiera conocer las respuestas a mis pequeñas dudas sobre la famosa ‘transición energética’.