Donald Trump está de compras. Quiere adquirir a Groenlandia, una isla en el Ártico con 56.000 habitantes, que ha sido controlada por Dinamarca durante siglos, anteriormente como una colonia y ahora como un territorio semi soberano bajo el reino danés. También cuenta con una base estadounidense, resultado de un acuerdo con los americanos ante la falta de capacidad militar de los daneses.

Durante los últimos meses, Trump ha decidido que quiere adquirir a Groenlandia es una buena idea, ya que considera que la ubicación estratégica, su riqueza mineral y petrolera sin explotar, y el interés y presencia de Rusia y China en la isla son riesgos estratégicos y comerciales. Trump amenaza con el uso de aranceles y hasta fuerza militar para apoderarse del territorio, un discurso que ha escalado en los últimos días, probablemente porque es del interés del CEO de Tesla, Elon Musk, su asesor cercano.

Hasta ahora, y conociendo la brecha entre sus declaraciones y sus políticas, ni los americanos ni los daneses han reaccionado con fuerza a la amenaza, pero cada día las amenazas de Trump son más fuertes, generando preocupación entre los políticos y empresarios de Copenhague y en Washington.

Hasta ahora, el gobierno danés ha preferido evitar tensiones y guerras de palabras, pero tras bambalinas sostienen reuniones internas y reuniones con otros líderes de la Unión Europea. La estrategia por ahora es adoptar un tono conciliador, pero buscar formas de reaccionar en bloque ante la provocación, subrayando que la isla no está en venta y que su futuro está en manos de los propios groenlandeses.

El Canal de Panamá también es foco del nuevo gobierno. El tratado del Canal de Panamá se firmó en 1977 por parte del recién fallecido Jimmy Carter y el dirigente panameño Omar Efraín Torrijos. El acuerdo garantiza la neutralidad permanente del Canal de Panamá. Tras un periodo de custodia conjunta, el tratado exigía que Estados Unidos cediera el control del canal para el año 2000. Panamá asumió el control total en 1999, y desde entonces lo maneja a través de la Autoridad del Canal de Panamá.

Trump acusó falsamente a Panamá de favorecer a los chinos y permitir el control comercial con la presencia de soldados chinos, y de cobrarle más de la cuenta a los barcos americanos, lo que consideró una violación del tratado comercial y moralmente. Ante las acusaciones, el gobierno de Panamá terminó en la mansión de Mar-a-Lago a desmentir y aclarar. Pero pocos creen que este sea el final del tema.

Las declaraciones y amenazas de Trump siempre sorprenden, al punto que sus propios allegados han aprendido a minimizar y diluir sus palabras. Su afición por dar declaraciones sin prepararse, y escribir a medianoche por su medio favorito, Truth Social, no ha cambiado.

Por ahora parece que el presidente electo quiere pisar fuerte al llegar al poder, mostrar mano y a aparecer fuerte con China y Rusia. Quizás también busca distraer la atención de sus propios líos judiciales.

Lo complicado de este estilo provocador es que las ramificaciones geopolíticas sí importan, y poco ayudan las disputas con países y regiones aliadas en estos momentos de tensión alrededor del mundo.