La guerra entre Rusia y Ucrania se estancó. Transcurridos tres años, el ejército ruso no ha logrado su objetivo de hacerse a todo el territorio ucraniano, doblegar a su pueblo y derrocar al Gobierno, y los ucranianos no han podido recuperar el territorio invadido por Rusia en el Este y menos Crimea. El número de muertos no es claro, pues cada bando da unas cifras que minimizan sus bajas, pero supera los cientos de miles.
En ese escenario hay dos opciones: prolongar el conflicto con una mayor inyección de recursos y asistencia bélica con un panorama incierto o, buscar un acuerdo razonable que ponga fin al enfrentamiento. Debido a la pérdida en vidas, los heridos y desplazados tiene sentido darle una oportunidad a la paz. Pero no a cualquier precio ni de cualquier manera. El fondo y la forma cobran relevancia tratándose de una negociación delicada.
El punto de partida no debe ser otro que reconocer quién fue el invadido y quién el invasor, valorar la soberanía y autodeterminación de las naciones, la importancia de los países de la zona que han sufrido el rigor de la guerra, no confundir el rol facilitador con su visión de la solución, tener claro que la paz se construye entre las partes enfrentadas y no fruto de una imposición externa, y ser cauto en las palabras y respetuoso en el trato, en especial a los otros mandatarios.
Trump ha hecho todo lo contrario. Al buscar primero a Putin olvidó quién fue el agresor y el agredido y que fue la soberanía de Ucrania la violentada militarmente. Y al afirmar que éste no recuperará el territorio invadido ni hará parte de la OTAN y hacer a un lado a Europa que ha sido su aliado natural durante más de un siglo, sabiendo que ha padecido los impactos del conflicto, la crisis energética y humanitaria, el Presidente tomó partido sin necesidad.
Dirán algunos que procedió así para ganarse la confianza de Putin pues de lo contrario no se sentaría en la mesa, que afirmar que Ucrania no recuperaría el territorio perdido es una posición realista y pragmática para avanzar en un acuerdo lo más pronto posible, que haber aceptado de manera tardía la participación de Ucrania en la negociación y trapear con Zelenski y pedir su renuncia, es parte de una estrategia brillante de Trump.
No. Lo que ha hecho el Presidente de Estados Unidos, aunque le cause escozor a más de uno, es defenestrar a Ucrania y entregar su cabeza por adelantado a Vladímir Putin. Y si ello no fuese suficiente, le pide al país, ultrajado y destruido, que le pague de vuelta el valor del apoyo económico y militar con minerales raros que yacen en el subsuelo con el argumento de que es una guerra lejana y que no es de su interés, aunque ahí está metido de cabeza.
Ha hecho bien la Unión Europea en reiterar su respaldo a Zelenski. Igual, la negación de éste a las condiciones de Rusia. No pareciera ser una paz fácil ni a la vuelta de la esquina. El problema es que Putin se siente empoderado y Ucrania sabe que sin los Estados Unidos no es fácil sostenerse en pie, ni salir bien librado de una negociación. Salvo que Europa se la juegue a su lado desafiando a Trump, por su propia salvación.
De buenas intenciones está hecho el camino al infierno. Asumamos que el Presidente Trump está genuinamente interesado en el fin de la guerra porque le duelen los muertos pero su estilo no siempre es el más afortunado, y que corrija el paso. Ojalá. Lo que está en riesgo no es solo la integridad de Ucrania, es la confianza de Estados Unidos y Europa, el fututo de la OTAN y de la seguridad internacional. El orden mundial. Del avance y términos de la negociación se sabrá si es una paz duradera o un leño encendido, taciturno, que tarde o temprano reaviva el fuego.