No hay duda alguna, a estas alturas del partido, de que a Gustavo Petro le quedó grande gobernar. Se vendió en campaña como el gran agente del cambio, como el único que podría mejorar las condiciones de vida y bienestar de 52 millones de colombianos. Atizó los odios y resentimientos con el mensaje ridículo de que las ‘élites’ llevan gobernando 200 años y nada han aportado al país, como si nada se hubiera hecho y se hubiera mantenido en una pétrea inmovilidad social.
Se dedicó a hacer campañas de desprestigio contra varios de los candidatos. Además, tuvo suerte, pues finalmente le tocó bailar con el más derrotable de los contrincantes: un empresario recio, pero con varios cuestionamientos y que, según dicen, no quería ganar.
Finalmente, ganó las elecciones. Trató de gobernar con todos, pero procurando imponer una agenda estatizadora y socialista. Sin embargo, ni el país ni sus propios ministros lo respaldaron. Terminó gobernando con los fundamentalistas y los politiqueros de la peor calaña: corruptos, misóginos, novatos y mediocres. Nunca entendió para qué es el Estado y el poder, ni que su uso implica responsabilidades institucionales y de servicio a todos los colombianos.
Así, ante la frustración por la inseguridad desbordada por la fracasada paz total, un mar de coca y la aplastante realidad de que la economía de mercado, el neoliberalismo, los subsidios focalizados y las asociaciones público-privadas funcionan mejor que el modelo estatista y socialista que quiere imponer, continúa polarizando y dividiendo, pues además se da cuenta de que no sabe y no estaba preparado para gobernar.
Ahora, tras el hundimiento de la reforma laboral, quiere volcar a sus seguidores a las calles en perjuicio del país. Se pondrá en modalidad de campaña política, repartiendo y prometiendo el oro y el moro, y dejando a un lado todos los problemas que supuestamente iba a solucionar.
Pero, independientemente de las posiciones personales e ideológicas, lo que pretende es instrumentalizar una herramienta constitucional legítima de consulta para distraer al país de su incapacidad, desconocer la voluntad del Congreso de la República, que representa al pueblo, y revivir su moribundo gobierno mediante una campaña electoral desde el poder y con recursos públicos.
Lo cierto es que la reforma laboral se cayó por razones técnicas y económicas, pues no creaba puestos de trabajo; por el contrario, los destruía, arrojando a la informalidad a miles de trabajadores.
De todas maneras, hay que repetirlo otra vez: la idea de la consulta no es más que un elemento de distracción para encubrir su incompetencia y alejarnos de las soluciones correctas a las verdaderas necesidades insatisfechas de los colombianos.
Esperemos que no manipule las preguntas de la consulta, si esta se lleva a cabo, con interrogantes de esos que nadie respondería con un ‘no’, pero que serían fatídicos para el futuro laboral y económico del país si se llegaran a aprobar, tales como: ‘¿Quiere licencia de maternidad y paternidad de seis meses?’. ‘¿Quiere vacaciones de 30 días hábiles?’. ‘¿Quiere recargos dominicales y horas extras superiores a los actuales?’. ‘¿Quiere licencias por menstruación?’, etc., por mencionar algunas.
Amanecerá y veremos, pero se avecinan tiempos difíciles de mucha frustración e inestabilidad política y económica.