El título de esta columna es de un número monográfico de La Palabra, magazín de carácter cultural editado por la Universidad del Valle y dirigido por el profesor e investigador Darío Henao.
Es un título escueto que apenas deja entrever la importancia verdaderamente histórica del diálogo transatlántico al que se refiere el contenido de este número de la revista. Diálogo que se dio en términos rigurosamente académicos, en el marco del simposio internacional que, bajo el lema La vuelta a África con Manuel Zapata Olivella, tuvo lugar en la Universidad Cheikh Anta Diop de Dakar, en noviembre pasado. Participaron medio centenar de profesores e investigadores de universidades de Colombia, Brasil, Estados Unidos de América y Puerto Rico, entre los que me cuento.
Aunque mi participación fuera On line y no presencial, como lo fue la de mayoría de los otros participantes. Entre los cuales la revista eligió a 24 de ellos, con el fin de que, aparte de las ponencias que leyeron en el auditorio de la universidad senegalesa, ofrecieran un testimonio directo de su experiencia en Dakar y especialmente de su visita a la isla Goré, eslabón clave (nunca mejor dicho) del infame tráfico esclavista que financió en buena parte el surgimiento del capitalismo.
La mayoría de los testimonios son apasionados, conmovedores, dados por afrodescendientes, gente que -como dice Wilson Mina en su escrito África de mis mayores- “en su búsqueda de la patria perdida”, “había cifrado las esperanzas de encontrarla en esta parte del continente madre, Dakar y la isla Goré”.
El impacto emocional de este encuentro con las raíces, lo capta magistralmente la profesora y escritora boricua Mayra Santos Febre. Refiriéndose a la visita a Goré, “a las casas de los esclavizados, donde nos mostraron los calabozos para niños, mujeres y hombres”, “estallé en llanto”.
No era la única. Vi a muchos otros bañados en lágrimas. Escuché a gente gritando: “Nunca entenderé la esclavitud. ¿Cómo fueron capaces de hacer esto a otros seres humanos?”.
También escuché a senegaleses consolar a los visitantes: “Hay que perdonar pero no olvidar”. Termino rindiendo testimonio de admiración y gratitud a Darío Henao por el logro que histórico ha supuesto la realización de este simposio en Dakar. Sin su visión, entusiasmo y dedicación no habría podido llevarse a cabo. Como tampoco sin la dedicación de Magdalena Castro, su compañera indispensable.