Seis asesinatos en Caracas, dos en el Estado de Zulia, al noroeste de Venezuela, dos más en Yaracuy, un muerto en Aragua y otro en Táchira, crímenes cometidos hasta el día de ayer por los esbirros de Maduro, en los que aparecen dos menores de edad. Un chico que apenas acababa de cumplir 15 años fue alcanzado por un disparo.

Además de los muertos, se cuentan 187 desaparecidos, más de 300 heridos y 749 detenidos. La maquinaria de muerte y represión del mayor traidor a la patria, Nicolás Maduro Moros -acaba de defraudar y humillar a millones de venezolanos que acudieron a las urnas confiados en un proceso ‘democrático’- no se detiene por estos días, va casa por casa, pero no podrá matarlos a todos.

Ya siete misiones diplomáticas salieron de Caracas, entre ellas Chile, Perú, Uruguay, Panamá y República Dominicana, mientras el mundo civilizado observa asombrado cómo el dictador pudo contrariar, a través de su Consejo Nacional Electoral, la voluntad de todo un pueblo.

La comunidad europea y la OEA le piden al régimen que muestre las actas electorales, que despeje dudas, algo imposible de ver, pues María Corina y Edmundo González tienen los resultados a mano, gracias a una bien concebida estrategia para subir la verdad a una página web.

El pueblo pregunta, “¿cuándo se ha visto que una marrana suelte la mazorca?”, y es que Maduro es cabeza de uno de los mayores carteles de droga del mundo, el que ampara a las Farc y el Eln en Colombia, y surte con millones de dólares a las dictaduras de Cuba y Nicaragua. La guerrilla colombiana hace mucho tiempo se despojó de su ropaje ideológico y es hoy una multinacional del crimen, en la que están involucrados el General Vladimir Padrino López, ministro de Defensa, Diosdado Cabello y el vociferante presidente de la asamblea nacional venezolana, Jorge Rodríguez Gómez.

No gratuitamente el gobierno de Estados Unidos ofrece una recompensa de US $15 millones por la cabeza de Maduro. El Cartel de los Soles es una realidad, y su génesis se explica en el libro que recientemente presentó el ex traficante colombiano Carlos Lehder, quien describe cómo conoció a Raúl Castro y la conexión de Pablo Escobar con Nicaragua.

Ese ‘affaire’ que dio inicio a la hermandad de las narcoguerrillas con los gobiernos de izquierda, cobró la vida del general cubano Arnaldo Ochoa, y del coronel Antonio La Guardia Font, así como de mayor Amado Padrón y Jorge Martínez Valdés, ayudante de Ochoa. Los fusilaron al amanecer del 13 de julio de 1989. Sabían demasiado.

Corina y Edmundo y la propia familia de Padrino le solicitan a este ministro de Defensa, que no dispare contra su propio pueblo, que recapacite y se una a la verdad y al camino democrático de Venezuela, en una difícil contrición de corazón, pues los colectivos chavistas, entrenados en Cuba, asesinos que se desplazan por ese país en motos y en camionetas sin placas, están dispersando las guarimbas a punta de pistola.

Difícil que Padrino entre en razón, contrario a los grupos aislados de las fuerzas armadas que por estos días envían mensajes de guerra a través de las redes.

Lo claro es que el jefe de esta mafia venezolana que pretende sojuzgar a un pueblo por tiempo indefinido, con unas cajas de ‘alimentos’ que son el equivalente hambreado de la famosa libreta cubana, no se irá ‘por las buenas’. Ahora amenaza con encarcelar a Corina y Edmundo por ser “representantes del fascismo entregado al imperio”, una situación en la que necesariamente deberá intervenir la Corte Penal Internacional o los marines norteamericanos. No es posible permitir que se someta a un pueblo noble a la voluntad de uno de los mayores narcotraficantes del planeta.