La dramática situación que vive Venezuela, se ha hecho aún más crítica a raíz del proceso electoral de julio del año pasado, que puso en evidencia la debilidad política del régimen y el coraje de los dirigentes democráticos María Corina Machado, Edmundo Gonzales Urrutia y otros más que desde el país o el exilio contribuyeron a producir un resultado electoral que el gobierno no ha podido controvertir, o sea, el triunfo contundente de la oposición, de Edmundo Gonzales.

Por primera vez, el tema de las actas electorales pasó a ser una cuestión de la conversación diaria no solo en Venezuela, sino en el hemisferio, en Europa y en otras regiones. Realmente, fue no solo una idea muy estratégica, sino un esfuerzo descomunal el que llevó a que la oposición pudiera exhibir las actas de los resultados electorales que jamás el gobierno pudo contrarrestar.

Hoy esas actas son las que le dan la legitimidad a Edmundo González para reclamar su derecho a tomar posesión del cargo. Las actas han quedado bajo la protección de un banco en Panamá y seguramente están también preservadas en otras instituciones. El gobierno de Maduro quedó sin argumentos y aunque en varias ocasiones anunció que pronto mostraría las actas electorales, nunca pudo hacerlo y así se llegó a la fecha clave del 10 de enero sin que esa promesa se cumpliera.

La elección venezolana quedó internacionalizada por circunstancias que no son las de rigor en todos los países. No se estila que las grandes democracias, como Estados Unidos, Canadá, Inglaterra, Francia, Alemania, etc. inviten a organismos de observación electoral o a organismos multilaterales para que confirmen la transparencia del proceso electoral.

Tampoco conozco países de esa significación que consideren necesario invitar a otros presidentes a la posesión del mandatario elegido. Se entiende, como es obvio, que la decisión que adopte la respectiva autoridad electoral es suficiente para acreditar la legalidad y la legitimidad del nuevo gobernante. Y si hay una discusión al respecto, se espera que sean los procedimientos internos los que finalmente aclaren la situación.

Infortunadamente, una costumbre ha hecho que algunos países latinoamericanos adornen la posesión de su presidente con la presencia de los colegas de otros países o la de sus ministros de Relaciones Exteriores o algunas delegaciones especiales. Y esa práctica la corroboran aún países que no la utilizan.

Por ejemplo, Estados Unidos envía una delegación que puede estar presidida por el secretario de Estado, en ocasiones, por el vicepresidente o por senadores o representantes distinguidos y otros altos funcionarios. Ello se presta para situaciones inconvenientes, por no decir desagradables, como la que ocurrió en la posesión del presidente Belisario de Betancur cuando este, al realizar el saludo protocolario, mencionó a la delegación de los Estados Unidos en el último lugar porque no tenía la categoría que a él le hubiera gustado.

El caso venezolano ha generado esta situación en muchos países. Muy pocos enviaron a sus presidentes, en América Latina: Cuba y Nicaragua, Otros resolvieron el tema con una delegación. Y algunos, como ha sido el caso colombiano, con el embajador acreditado ante ese país. Un problema innecesario. No es mucho lo que se logra con la presencia de tantos presidentes, ministros o delegaciones en un día, ya de por sí complicado con todo tipo de situaciones protocolarias. La atención que se les puede prestar a esos delegados de mayor o menor jerarquía es siempre inadecuada, aún si los deseos del presidente que se posesiona es precisamente los de construir una relación de confianza.

Por ello me pregunto de dónde salió esa costumbre y especulo en torno a su conveniencia. Creo que esta experiencia venezolana debería aconsejar prescindir de ese cortejo de delegaciones. Las relaciones entre los países deben estar fundamentadas en lazos mucho más firmes y significativos que esta fugaz presencia.