La respetuosa franqueza en doble vía es un imperativo en las relaciones entre jefes y subordinados. Frente a una directriz confusa del jefe, un buen clima laboral ayuda a preguntar, hasta tener claro el objetivo. Muchas veces y ante los riesgos de implementar órdenes en las que no estamos de acuerdo, una conversación en privado con el jefe nos permitirá expresar nuestros puntos de vista y riesgos para la empresa o la entidad. Pero, ¿qué hacer frente a esos jefes dictadores, ególatras, que no escuchan? En mi larga vida laboral, después de los intentos verbales, escribir en privado, me dio resultado dando mis argumentos y siempre resaltando que, en la reticencia a acatar la orden, me movía exclusivamente el propósito de salvar la empresa o entidad y consecuentemente a toda la estructura jerárquica.
Pero toda esta lógica queda fuera de lugar cuando un jefe toma decisiones arbitrarias un domingo a las 3:00 a. m., a través de mensajes absurdos, irresponsables, excéntricos, escritos en un estado de alteración mental, posiblemente influido por licor o drogas, pero que, como lo sucedido el pasado domingo, hubieran marcado la debacle económica de Colombia ante la actitud de su principal socio comercial. No entraremos en detalle sobre el impacto en muchos de los sectores, pues ya durante la semana bastante se ha escrito. Nos enfocaremos en el manejo administrativo para entender la actuación de los tres principales coequiperos en el tema: el entonces ministro de Relaciones Exteriores, Luis Gilberto Murillo, la sucesora en la Cancillería, Laura Sarabia, y el embajador en Washington, Daniel García-Peña.
La lealtad impone ante todo un diálogo directo, franco, desparpajado, lo que no fue acogido en este caso por el superior, dada su arrogancia y mesianismo. De lo más difícil que existe en la administración es encontrarse un jefe que se sienta todopoderoso e infalible, pues esos ‘dioses’ menosprecian los argumentos de su equipo. La historia empresarial y militar está llena de fracasos de estos ídolos con pies de barro. Petro tiene esas características y además consume un coctel mortal, que para hacer analogía con uno que le fascina a la juventud y los deja fuera del ring con su consumo: el Petro-mule, pero en este caso es whisky (o algún sustituto) combinado con soberbia más resentimiento. En ese estado, controvertir para convencer, es imposible.
Viene entonces la otra lealtad del equipo: con los dueños de la empresa, aquellos que han confiado en el buen criterio del grupo directivo y con quienes hay el compromiso de hacer exitosa la gestión. En el sector privado son los accionistas, en el público son los ciudadanos. Murillo, Laura y García-Peña optaron por la alternativa adecuada: salvar la empresa Colombia. Seguramente con otros funcionarios, de esos ideologizados o ‘lamesuelas’ que le gustan a Petro, se hubieran quedado aplaudiendo las barbaridades del presidente. Ellos tuvieron la sensatez de no cerrar ninguna puerta, incluso ante los líderes opositores colombianos que pudieran servir de puente ante la derecha gringa que estaba tomando las duras medidas. Trabajaban para evitar la destrucción del barco. Al final, se superó la tormenta, pero no el mar embravecido.
Ahora, Laura Sarabia asumió la Cancillería, sin duda le falta academia y experiencia, pero tiene sentido común y es hábil en el manejo de momentos críticos. García-Peña, ponderado, es un buen interlocutor para diversos sectores con un buen equipo en la embajada donde sobresale nuestro coterráneo Óscar Gamboa. Finalmente, Murillo, será candidato presidencial y esta experiencia del ‘Petro-mule’ le servirá para controvertir a quienes le señalaban de falta de carácter. En ellos se impuso la lealtad a la patria. No creo que Petro en la resaca lo entienda.